Renaud de la Martinière conserva, colgadas en las paredes de su oficina del banco, allí donde nos encontramos antes de que mi valet ocupara mi lugar, las fotografías de una muy bella mujer, que sin dudas me habría gustado cuando era joven de no haber sabido yo que se trata en verdad de un hombre, con unas piernas espléndidas, enfundadas en unas medias de red, arqueadas sobre unos altos tacos aguja y con una correa de cuero en los tobillos. Una especie de dominadora. Yo soy uno de los pocos que sabe el secreto: que esta mujer no es otra que Renaud de la Martiènere. Sus socios, al entrar en el despacho y ver las fotos, suelen decirle: “Qué hermosa criatura. ¿Es su mujer?”. “Somos inseparables”, suele responder mi banquero con una sonrisa que a mí me resulta fácil de descifrar.
HERVÉ GUIBERT, Mon valet et moi
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