miércoles, 10 de septiembre de 2014

SÓLO TRES VERSOS, PERO CUÁNTO DURAN... [ii], Miguel D'Ors


SÓLO TRES VERSOS, PERO CUÁNTO DURAN... [ii]

   Como cabe suponer, éstas y otras exigencias fueron apareciendo y evolucionando a lo largo de los siglos, a través de una larga ca­dena de poetas, en la que destacan como hitos principales Marsuo Basho (1644-1694) —el primer gran maestro, dignificador literario y espiritual del género—, Taniguchi (o Yosa) Buson (1716-1783), Issa Kobayashi (1762-1826) y Shiki Masaoka (1867-1902). Éste último fue quien impuso el término haiku: hasta él se hablaba de hokku, nombre de la primera estrofa de las dos de que constan las compo­siciones del género tanka —que, a su vez, se agrupaban en series de autoría colectiva para formar el renga, una de cuyas modalidades, popular y humorística, era el haikai no renga o simplemente haikai, en la que destacaron Yamazaki Sokán (1465-1553) y Arakida Mo­ritake (1473-1549)—. Desde el siglo XV el hokku a menudo se inde­pendiza, llegando a constituir un género poético propio: el que hoy llamamos haiku. Otros poetas de hokku (o haiku) memorables son Nishiyama Sooin (1605-1682), Hattori Ransetsu (1654-1707), Onit­sura (1660-1738), Enamoto Kikaku (1661-1707), Hajin (1677-1742), la poetisa Chiyo (1701-1775), Taigi (1709-1771) , Oshima Ryota (1718-1787), Kitoo (1741-1789) o Gekkyo (1745-1814).
   A partir de la apertura de Japón al mundo occidental, en la época de Meiji, segunda mitad del siglo XIX, el haiku, por mediación de viajeros, diplomáticos, estudiosos y escritores como Lafcadio Hearn,  W. G. Aston, Basil Hall Chamberlain, Paul Louis Chouchoud, Jules Renard, Julien Vocance, Ezra Pound y los imagistes ingleses y americanos y otros, empezaría a ser conocido, traducido e imitado en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, a menudo designándo­sele con los nombres de haikai o hai-kai.
   También en Hispanoamérica y España. El mejicano José Juan Tablada (1871-1945) ha sido considerado tradicionalmente el primer poeta que compuso haikus originales en lengua española, dados a conocer en sus libros Un día... (1919) y El jarro de flores (1922), y al parecer lo hizo sin conocer los anteriores intentos franceses y an­gloamericanos. En México el género habría de tener con el tiempo especial fortuna, cultivado por poetas como Carlos Pellicer, Xa­vier Villaurrutia, José Gorostiza, Octavio Paz (relevante estudioso del tema) y otros, de todos los cuales se ocupó un libro de Gloria Ceide-Echevarría. Otros hispanoamericanos, como Luis Lozano o Jorge Carrera Andrade, merecen también un lugar en la historia del haiku en nuestro idioma. Vicente Sabido puso de manifiesto el importante papel desempeñado por los libros y la conversación del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) en la difusión de la cultura japonesa en España e Hispanoamérica. Y también la prioridad temporal que en la creación de haikus en español, si bien no originales, corresponde a Enrique Díez-Canedo, cuyo libro Del cercado ajeno. Versiones poéticas (1907) contiene una traducción bas­tante libre —con rima, para empezar— de un haiku de Moritake, que el propio Díez-Canedo vertería de forma más ajustada a la métrica del original en un artículo titulado “Haikais” (España, 284, 9 oct. 1920). En su libro de 1928 Epigramas Americanos recogería otros de su propia minerva. Pero antes, aquel mismo año 20, José Mo­reno Villa publicaría en el primer número de La Pluma una selec­ción de haikus traducidos a partir del libro Sages et poétes d'Asie de Chouchoud. En la misma revista —que hemos de considerar clave para la introducción del haiku en España— Adolfo Salazar publica en noviembre de 1920 unas “Proposiciones sobre el Hai-Kai” que incluyen seis de su cosecha. El único de todos ellos que se ajusta al canon métrico japonés, el titulado “Cotidianamente”, es el que, como en contrapartida, se aparta más de todos los demás cánones, por seguir una estética ultraísta: “Las dos Sol-Ventas/Gris Vaivenes Cocido / n°4“. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930 poetas como Díez-Canedo, Eugenio d’Ors, Guillermo de Torre, Francisco Vighi, Manuel Machado, Juan José Domenchina, Adriano del Va­lle o Alejandro Mac-Kinlay seguirán produciendo haikus, hai-kais o haikais, o incluso hay-kays en castellano, cada cual a su manera, peto todos bastante lejos de la tradición japonesa.
   Porque casi huelga decir que los haikus occidentales de las pri­meras cuatro décadas del siglo XX suelen incumplir, excepto en lo tocante a la métrica (que así y todo tampoco se respeta siempre), la rigurosa normativa de aquélla: ni “palabra de estación”, ni “palabra de cesura”, ni dos partes, ni desdén de la metáfora, ni muchas veces estilo nominal; y frecuentemente llevan un título. Pero, sobre todo, falta en ellos el espíritu, la actitud del poeta japonés de haiku. Sólo después de la segunda Guerra Mundial, según ha dicho Octavio Paz, comenzaría (en los Estados Unidos) una nueva apreciación del haiku, ya no meramente estética y exotista sino “más espiritual o moral”.
   En lo que se refiere a España, quizá no sea superfluo agregar que nuestros primeros autores de haikus solían desviarse del ca­non tendiendo, bien a la búsqueda de la metáfora sorprendente —lo que acerca sus intentos a los terrenos de la greguería—, bien a dar a sus haikus un contenido “filosófico” que los aproxima al aforis­mo, bien adjudicándoles intención y tono didácticos y emparen­tándolos con la máxima, bien infundiéndoles un aire popularista que los asemeja al cantar y especialmente a las modalidades de la soleá y la seguidilla o la seguidilla gitana; y, aunque el esquema de tres versos suele mantenerse, generalmente los primeros haikus españoles se apartan, sea por incorporar la rima, sea por prolon­gar el metro, del modelo métrico nipón. Quizás esta concepción heterodoxa y difusa del haiku sea una buena razón para explicar el hecho extraño de que un estudioso del género como Pedro Aullón de Haro contemple en su libro (El jaiku en España, 2ª edición, Hiperión, Madrid, 2002 —la primera apareció en 1985—) poesías de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o José Ángel Valen­te que simplemente tienen tres versos, o incluyen estrofas de tres versos, o coinciden en ciertos aspectos con la estética del haiku —cosa que ya antes habían señalado en los casos de Machado y J. R. J. Hyunchang Kim Rim, Luis Antonio de Villena y Ceferino Santos-Escudero, como Villena también en García Lorca, y Vi­cente Sabido en Manuel Machado, y más tarde Manfred Lentzen en varios poetas—, pero sin titularse ni precenderse haikus. (Y por cierto que, ya puestos a considerar tal —o de lo que Aullón de Haro llama “estética jaikista”— cualquier composición breve y más o me­nos impresionista alusiva a la naturaleza, no hay motivo para no empezar aludiendo a las que Salvador Rueda publicó, ¡ya en 1888!, en su Sinfonía del año).



MIGUEL D'ORS, Lecturas, Renacimiento, Sevilla, 2014, pp. 288-291.
&
Stoney Stone


Artículo aparecido en la revista Clarín, 50, mar.-abr. 2004, p. 28-31, a propósito de la publicación del libro de José Cereijo, La amistad silenciosa de la luna.