Escribir tiene un efecto anestésico. Tranquiliza, como una pastilla ansiolítica. Pero, además, produce una cierta embriaguez. Esto hace que, según decía Cyril Connolly, tantos malos escritores no consigan dejarlo.
IÑAKI URIARTE, Diarios. (1999-2003), Pepitas de calabaza, Logroño, 2010, p. 44.
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