«Viajar es una brutalidad» dejó dicho Cesare Pavese. Vivir también puede llegar a ser el peor de los sucesos. Olvido y Bruna no son, por mucho que se empeñen ciertos lectores, Thelma & Louise. Tampoco creo que baste para aproximarse con exactitud a Alguien bajo los párpados decir que es una alocada «road movie». Olvido y Bruna no viajan, comienzan una «expedición», su «expedición», al volante de un viejo Volswagen: un viaje inverso desde Santiago de Compostela hacia el nacimiento del Tambre en noviembre de 1981, cuando la octogenaria Olvido se percata de que ya ha «caminado demasiado tiempo sobre el lecho de la laguna» y exige a su criada Bruna abandonar la casa, incluso tras acabar de haber dejado a remojo las habas para el caldo.
Entre las muchas virtudes de Alguien bajo los párpados la crítica señala la perfecta composición de los personajes, en perpetua ebullición a lo largo de la historia. Cristina Sánchez-Andrade consiente que sus caracteres afloren con todas sus aristas, en cocción lenta, una estrategia que remite al mimo con el que Bruna guisará pobres manjares en el pazo al que ha llevado a los señores de Gondollín la Guerra Civil. También es evidente la inteligencia compositiva, que sabe alternar los dos tiempos de la historia, ese presente hipoglucémico, de gaviota y vestido de novia, que les lleva hacia el noroeste por la nacional 634 (tropezando con las más alocadas peripecias llenas de pitidos, volantazos y atropellos) y ese pasado terrible de hedores y tragedias, violaciones y niños que no han nacido muertos —pero que le estorban a la vida mísera del pobre—, tuberculosis, perturbados, redactores del Estatuto de Autonomía, falangistas, topos y envejecidas monjas.
El mayor acierto de Cristina Sánchez-Andrade procede de la maestría con la que va desnudando la impostación y la mentira: ni París es Conxo, ni hay ama de cría que no haya parido antes, ni hay cuento gótico en la sala de las muñecas. Este relato carnavalesco, que zizaguea como el escarabajo que conduce Olvido, entre el esperpento y el realismo mágico, obliga al lector a fijar sus ojos ante esta epifanía sobre el fracaso, la soledad, la mala vida y la buena muerte. Olvido y Bruna no sólo han entretenido su vejez viendo Starsky y Hutch y Los ángeles de Charlie. También han visto en su televisor Arsénico por compasión, (Frank Capra, 1944), por eso el espejo desconchado del enmohecido cuarto les devuelve la imagen de las tías de Mortimer Brewster.
Tras esos 80 años de vida tan mal vivida, tras esos 68 kilómetros en los también que ha habido tiempo para escuchar en la radio la noticia de la muerte de Don Álvaro Cunqueiro, les espera en Sobrado una sirena de «cabello suelto y ondulante»: esa feliz candela que tanto tiempo ha sido mucho más que Alguien bajo los párpados, porque como dice Gerald Brenan, hay algo aún peor al miedo a morir y es el miedo a no morirse. Claro que entre los muchos zarpazos con los que nos regala la vida, siempre existe ese lúcido desgarro que anima a algunos a perder el miedo al miedo.
Francisco Rodríguez Coloma
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