lunes, 10 de marzo de 2014

LA DAMA DEL RÍO, Mario Alonso



LA DAMA DEL RÍO

   Lancé un tricóptero de pelo de ciervo a un pequeño remanso de la Garduñeira en la parte alta del Navia. Acababa de cebarse una buena trucha. La presentación de la artificial era complicada porque la corriente hacía que rápidamente dragara la línea. Además, el viento que sacudía el bosque de alisos en el que me encontraba, tornaba la empresa aún más difícil. Me di cuenta de que si subía a la gran roca que tenía a mi izquierda podría colocar mis moscas desde mejor posición. Ayudándome con las manos, trepé por la ladera tapizada de primavera: tojos llenos de flores amarillo intenso, romeros teñidos de azul pálido, brezos color malva..., un auténtico regalo para la vista. Con esfuerzo logré sobrepasar el peñasco y comencé el descenso hacia la orilla. Como llevaba la mirada fija en el suelo para no perder pie, hasta que no bajé de nuevo al río no lo advertí. En una playita de cantos rodados que surgía corriente arriba, una mujer bellísima permanecía tumbada sobre las piedras. Su piel recogía los reflejos del agua; sus ojos verdosos brillaban intensamente; su largo pelo castaño dejaba adivinar unos hermosos pechos, tur­gentes y bien formados. Me pareció que hacía un gesto para que me acercara. Hipnotizado, tiré la caña y empecé a saltar. En mi impaciencia, me resbalaba entre los guijarros. Al aproximarme se puso en pie. Sus poderosas caderas y y nalgas podían hacerte enloquecer. Cuando apenas estaba a unos metros se lanzó al agua y desapareció en el pozo. Al cabo de unos segundos asomaba por la otra ori­lla. Era oscura, con largos bigotes blanquecinos y nadaba con una facilidad pasmosa. Alzando su cabeza como para despedirse, la nutria se escabulló entre la vegetación.

MARIO ALONSO, Relatos liberados, Almuzara, Córdoba, 2013, pp. 74-75.
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Cristina Grandal / Elena Abad