lunes, 28 de febrero de 2011
LA FUERZA DEL DESTINO, Julia Otxoa
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domingo, 27 de febrero de 2011
[SI ME RESCATAS DEL FRÍO...], Ana Vega
sábado, 26 de febrero de 2011
ADÁN Y EVA, Samuel Butler
ADÁN Y EVA
Un niño y una niña estaban mirando un cuadro en el que aparecían Adán y Eva.
—¿Cuál es Adán y cuál es Eva?— preguntó uno de ellos.
— No lo sé— repuso el otro-, pero te lo podría decir si tuvieran la ropa puesta.
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viernes, 25 de febrero de 2011
ROEDORES, Julia Otxoa
¿Acaso no conocía ella la leyenda del gran roedor de ojos amarillos? Se preguntaba el lanzador, empapada en sudor la mano que sostenía el puñal.
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jueves, 24 de febrero de 2011
AFORISMOS, Rafael Argullol
ASESINO: El hombre más solo del mundo tras el acto más solitario.
ENVIDIA: Acepto encantado mi sufrimiento con tal de que tú tengas el tuyo.
GUERRA: La cuota de sangre que el hombre se paga con implacable regularidad.
MAL: El espectador absoluto que jamás bajará a la arena de la vida.
MALDAD: La maledicencia.
ODIO: La energía invencible que merecería una mejor causa.
RESENTIMIENTO: La puñalada que te clavas para herir a otro.
TIRANÍA: La imagen de la humanidad reducida a una inmensa ficha policial.
TORTURA: El pillaje de la dignidad que lleva consigo el botín del horror.
TOTALITARISMO: El bosque nos oculta el árbol.
TRAICIÓN: La repentina destrucción del mundo por un solo gesto o por una única palabra.
VERGÜENZA: Derecho de la pasión que prescribe con el tiempo.
VIOLENCIA: La vida desgarrándose por el temor de vivir.
RAFAEL ARGULLOL, Breviario de la aurora, Acantilado, Barcelona, 2006.
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miércoles, 23 de febrero de 2011
LOS VECINOS DEL PRINCIPAL DERECHA, Enrique Jardiel Poncela
LOS VECINOS DEL PRINCIPAL DERECHA
Para un hombre con dinero, encontrar un piso desalquilado es cosa fácil. Yo traía mucho dinero de América y encontré rápidamente lo que necesitaba.
América había sido pródiga para mí. Es cierto que durante doce años trabajé furiosamente. Pero también es cierto que al cabo de los doce años de trabajo incesante, me hallé sin colocación y sin dinero ¿Cómo volver a mi patria fracasado? Una tarde paseaba por Palermo pensando esta triste cosa cuando tropecé con una gruesa cartera de cuero negro. La abrí; la cartera contenía una bolsita con diamantes y $ 150.000 en billetes. También contenía unas tarjetas y una cédula de identidad con el nombre y las señas de su dueño, pero como desde el primer momento había decidido quedarme la cartera, rompí las tarjetas y la cédula y procuré olvidar el nombre de aquel caballero, lo que logré enseguida, porque yo tengo una memoria fatal.
De este modo me hice rico en América. Y es que en América todo el que trabaja mucho acaba, por hacer fortuna.
El cuarto que alquilé al llegar a mi patria era precioso. Lo decoré todo a mi gusto y comencé a vivir una vida sin preocupaciones, llena de molicie y de refinamiento. De vez en cuando invitaba a cualquier muchacha sin compromiso a pasar unos días en mi compañía, y cuando me sentía harto de su modo de reír o de su gesto al ponerse el pyjama la sustituía por otra. Este procedimiento de gustar el amor, como si fuese un piano de manubrio, es una de las bases en que durante años se ha sustentado la tranquilidad de los hombres solteros.
Pero una tarde, en esa hora romántica y húmeda del crepúsculo, estaba solo en casa, porque me hallaba en un momento de transición entre el piano pasado y el piano futuro.
Alguien hizo sonar el timbre y, como una tromba, se me metió en casa una dama estrepitosamente perfumada con “gardenias pútridas”, de Lelong.
La dama atravesó el living-room, irrumpió en mi despacho y se dejó caer en uno de los sillones con la vista fija en el suelo, las cejas fruncidas y mordiéndose ligeramente el labio inferior.
La contemplé. Traía la cabeza destocada y se envolvía en un deshabillé de charmeuse y terciopelo. Llevaba unos pendientes de ópalo y unas chinelas amaranto con los tacones rojos, iguales a los de los cortesanos de Luis XV. Era rubia; de un rubio frenético.
No quise romper el silencio porque, precisamente, al sentarse en el sillón, el deshabillé se había arrugado y dejaba al descubierto las dos piernas de la dama en una extensión suficiente para privar del habla a un orador famoso; cuanto más a mí, que hablo poquísimo. Detalle interesante: las medias que envolvían aquellas piernas prodigiosas eran de gasa, color “risa de sordo”.
Pero semejante situación no podía prolongarse. La dama alzó de pronto su cabeza y me dijo:
—Caballero: perdone usted esta intromisión. Soy la vecina del principal derecha. He tenido un feroz disgusto con mi marido y, llevada de la ira, me he ido de casa. Cuando he querido reaccionar estaba en la escalera. ¿Adónde ir así? Y se me ocurrió llamar en su piso. Si a usted le parece, charlaremos un rato, hasta que yo me tranquilice.
—Y es posible que usted consiga tranquilizarse, señora. Quien no podrá tranquilizarse seré yo mientras usted se obstine en mostrar enteramente la región de sus ligas.
La dama rectificó los pliegues de su deshabillé y me hizo de pronto esta pregunta insólita:
—¿Qué opina usted del amor?
—Creo —repuse para ayudarla en su propósito de quitarle tirantez a nuestra entrevista— que el amor es una especie de ascensor hidráulico; se le puede exigir que funcione bien durante cinco años; durante diez; durante quince; pero llega un momento en que se estropea y se niega a funcionar.
—¿Y entonces?
—Entonces, señora, hay que cambiar de ascensor o subir a pie; es inevitable.
La dama sonrió con esa sonrisa luminosa exclusiva de las personas inteligentes.
Luego se inclinó hacia mí, rodeó mi cuello con sus brazos y murmuró esta sola palabra:
—¡Ay!
Cuando una mujer suspira mientras rodea con sus brazos el cuello de un hombre, debe uno darse por enterado de que la dama tiene ganas de suspirar.
—Es usted capaz de enloquecer a cualquier mujer, amigo mío; sin embargo, nuestro amor es imposible. Yo lo sospecho: ¡imposible, sí!
Y se retorció un dedo, luego, dos; después, tres; y, al final, todos los dedos de la mano.
Entonces llamaron a la puerta.
—¡Mi marido!
—¿Usted cree?
Fui a abrir y, en efecto, entró el marido. Tenía un aire triste.
—Caballero —me dijo—. No me explique usted nada. Usted no tiene la culpa. ¡Ella ha sido la que ha venido aquí!… ¡Dios mío, qué vergüenza!
Rompió a llorar, me rogó un vaso de agua, y por tres veces le llevé coñac, tila y azahar.
Al volver yo al despacho me encontraba siempre al marido paseándose excitado, increpando a su mujer, y ésta tumbada en su silla, mirando la calle con gesto displicente.
Por fin, a las ocho de la noche, después de que efectué, trayendo agua, una agotadora labor de camello del desierto, decidieron volverse a su casa.
Ya en la puerta, el marido me estrechó enérgicamente las manos mientras me decía:
—Gracias, gracias… Nunca olvidaré esto; nunca lo olvidaré.
Y se fueron.
Media hora después yo subía rápidamente la escalera y llamaba en el principal derecha. Nadie contestó a mis timbrazos. Entonces el portero, asomándose al hueco del ascensor, me advirtió que en el principal derecha no vivía nadie, pues el cuarto estaba desalquilado desde hacía seis semanas.
Esta noticia me produjo una gran contrariedad. Porque necesitaba hablar de nuevo con los vecinos del principal derecha para preguntarles si ellos habían visto por casualidad, una bolsita con brillantes que yo guardaba en el bargueño de mi despacho y que había echado de menos al rato de marcharse de mi casa el matrimonio.
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martes, 22 de febrero de 2011
EL CHAT, Manuel Espada
―Sólo me quedan las medias ―tecleó ella, excitada.
―¡Quítatelas, rápido! ―le ordenó, subrayando su exigencia con un golpe en la mesa, como si fuera el signo exclamativo al final de una frase.
―Lo siento, he oído algo, debe ser la puerta de su despacho, adiós.
―No me dejes a medias ―suplicó él.
La mujer abandonó el chat rápidamente. El hombre cerró su ordenador y salió enfurecido, aunque entró en el dormitorio de puntillas para no despertar a su mujer. Bajo las sábanas, la luz tenue de un monitor iluminaba el gotelé de las paredes.
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lunes, 21 de febrero de 2011
SILENCIO, David Roas
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domingo, 20 de febrero de 2011
EL AIRE QUE RESPIRAMOS, Juan Pedro Aparicio
EL AIRE QUE RESPIRAMOS
Dije: “Los árboles son columnas para sostener el aire”. Ellos se rieron y talaron los árboles. El cielo se cayó,
sábado, 19 de febrero de 2011
[EL ODIO...], Andrés Neuman
El odio es vírico. La envidia, crónica.
***
A veces nuestro enemigo interior es lo mejor de nosotros mismos.
***
El odio puede ser la semilla, pero difícilmente el fruto.
***
La maldad no se elige: la llevamos dentro. Por eso oponerse a ella constituye un refinado acto de libertad.
ANDRÉS NEUMAN, El equilibrista (Aforismos y microensayos), Acantilado, Barcelona, 2005.
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viernes, 18 de febrero de 2011
TRAS LA PARED, Óscar Sipán
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CADENA PERPETUA, Luis Alberto de Cuenca
CADENA PERPETUA
Cortaron el silencio con suspiros, jadeos,
susurros de la ropa al caer por el suelo.
Se dijeron palabras que nunca se habían dicho,
palabras enemigas del tiempo y del olvido.
Y fueron cuidadosos, y atentos, y sensibles
el uno con el otro, y se sintieron libres
en su mutua cadena perpetua de caricias,
tan libres como nunca lo fueron en su vida.
Y de repente, el mundo se eclipsó para ellos
durante un breve instante que les pareció eterno.
LUIS ALBERTO DE CUENCA, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, página 160.
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jueves, 17 de febrero de 2011
AGUA (FÓRMULA QUÍMICA), Raúl Vacas
AGUA (FÓRMULA QUÍMICA)
La primera hache se metió en el agua y, aunque era muda, dijo: oh.
La segunda hache dijo: dos oh.
RAÚL VACAS POLO, Esto y ESO, Edelvives, Zaragoza, 2010, página 108.
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miércoles, 16 de febrero de 2011
EL HIJO PRÓDIGO, Juan Pedro Aparicio
lunes, 14 de febrero de 2011
SUICIDIO O MORIR DE ERROR, Dulce Chacón
Dulce Chacón
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domingo, 13 de febrero de 2011
FRANZ KAFKA, René Avilés Fabila
Al despertar Franz Kafka una mañana, tras un sueño intranquilo, se dirigió hacia el espejo y pudo comprobar horrorizado
a. que seguía siendo Kafka,
b. no estaba convertido en un monstruoso insecto,
c. su figura era todavía humana.
Seleccione el final que más le agrade marcándolo con una equis.
LA VIDA NATURAL, David Roas
LA VIDA NATURAL
Queridos Papá y Mamá:
Cada día nos depara una nueva sorpresa. Y ahora que ya ha pasado lo peor del invierno y la primavera empieza a notarse, es un placer muy grato levantarse pronto y respirar el aire puro del bosque, la fragancia del tomillo, mientras amanece sobre las montañas cercanas. Lamentablemente, hay días en que el viento cambia y arrastra hacia nosotros el humo de las chimeneas. Pero eso ocurre muy pocas veces.
El señor Rauscher ha resultado ser un jefe admirable. Severo, pero comprensivo. No suele dar muchas órdenes, pues confía en nuestra iniciativa para que las diversas labores vayan desarrollándose a su ritmo adecuado.Aveces, es cierto, se enfada y la toma con alguno de nosotros (sí, papá, hasta ahora he cumplido fielmente con mis obligaciones y no me he ganado ninguna reprimenda). Pero el castigo siempre es justo.
Aunque debo confesar que la mayoría de problemas los causan los trabajadores. Si bien hay mano de obra suficiente y sabemos cómo hacer que rindan para que el señor Rauscher se sienta orgulloso de nosotros, en muchas ocasiones resulta verdaderamente fastidioso lidiar con ellos. La mayoría son individuos zafios, desaseados (el olor de algunos te marearía, mamá), y muchos de ellos ni siquiera saben trabajar. Eso nos obliga a veces a aplicar severos correctivos. Por suerte, los reemplazos son continuos.
Ah, papá, con lo que a ti te gustan los trenes, te encantaría ver los que llegan hasta aquí. ¡Menudas máquinas! Y menuda obra de ingeniería ha hecho falta para conseguirlo.
Hoy ha llegado otro reemplazo. Su aspecto no es tan desastrado, pero algunos son extranjeros y no comprenden bien nuestra lengua. Con ellos hay que tener todavía más mano dura (ya ha ocurrido otras veces), puesto que, además del problema del idioma, parecen no comprender la vida del campo.
Pero no voy a molestaros más con estos nimios asuntos. No quiero que penséis ni por un minuto que lo estoy pasando mal. Vine porque así lo quise. Me encanta mi nueva vida. Y no hagáis mucho caso de lo que se cuenta por ahí. No es para tanto.
Espero que Frieda esté bien. ¿Ha nacido ya mi sobrinito? Decidme que no: me gustaría tanto estar ahí cuando ocurra tan feliz acontecimiento. Escribidme pronto, por favor.
Vuestro hijo, que os quiere,
Hans
Posdata sólo para papá:
Papá, espero que te guste el reloj que te mando. Aunque tardaron mucho en llegar, en la última remesa había algunos preciosos. Creo que he escogido bien, aunque si no te gusta, dímelo y trataré de enviarte otro. Para mamá y Frieda todavía no he encontrado nada digno de ellas (había pensado en un buen abrigo de pieles, pero los que llegan están muy pasados de moda). Este domingo tengo permiso y pasaré la tarde en Weimar. Quizá allí pueda comprarles algo bonito. Para que no se pongan celosas (las conozco y ya imagino su cara cuando abras el paquete), diles que su regalo he tenido que enviarlo aparte y que está a punto de llegar.
DAVID ROAS, Distorsiones, Páginas de Espuma, Madrid, pp. 41-43.
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sábado, 12 de febrero de 2011
EL FARO, Luis Alberto de Cuenca
Tú eres mi faro.
Y tú tienes la culpa
de mis naufragios.
LUIS ALBERTO DE CUENCA, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, p.71.
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miércoles, 9 de febrero de 2011
CELEBRACIÓN EN FAMILIA, David Roas
Al principio lo había tenido claro. Todavía resuenan en mis oídos las palabras del médico: enfermedad incurable, tres meses de vida, dolores insoportables... El suicidio me evitaría la angustia de la cuenta atrás y el sufrimiento físico. Mi familia lo entendió perfectamente. La idea de la fiesta fue de mi padre. Mi madre se encargó de preparar todos los detalles de mi entierro (El ataúd es precioso, hija mía, me dijo feliz).
No pude esperar a que acabara la fiesta para decírselo. No me parecía justo. Y como había supuesto, todos se enfadaron. Más aún, empezaron a insultarme (Siempre has sido una malcriada... Nunca acabas nada de lo que dio el primo Braulio, en cuyos ojos me pareció adivinar un leve destello de venganza.
Mamá tenía razón: el ataúd es precioso. Y muy cómodo.
CUADRO: Eleazar
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martes, 8 de febrero de 2011
LA MAR SE YESA, Hipólito G. Navarro
Sobre el pelo, abundantes cenizas de los cuatro incendios más cercanos; en la pupila, reclamos de tiendas todo a un euro, arena, destartalados vehículos a reventar de sandías...
Chaparrones de engorros de verano, estorbosos de verdad, se le ocurren a Eugenio apenas comenzar sus vacaciones, un instante después de haber dicho adiós de forma apresurada a los colegas de la oficina. Sin embargo, de entre todos los engorros imaginables uno destaca sobremanera en la cabeza de Eugenio, tanto que acaba por convertirse en toda una premonición. La llamada de Elena cuatro horas antes de que en efecto dieran comienzo las vacaciones le hace pensar en un engorro verdaderamente original.
Elena ha sido escueta: hazme el favor de salir un poco antes, Eugenio; estamos en urgencias del hospital universitario, aparca por detrás. Nada grave no obstante. La rabia es que ha sido bien tonta la caída del muchacho en el último tramo de escaleras, cuando cargaba con demasiadas bolsas y maletas.
Eugenio llega justo a tiempo. El traumatólogo de zona, tras consultar las radiografías encargadas al efecto, y sin mirar al paciente, sonríe a la enfermera, a todas luces su compinche. A ver, señorita, que dicto el veredicto, que lanzo el diagnóstico, el semanagnóstico, el mesagnóstico en realidad: lo que ustedes en el fondo estaban sospechando: su hijo tiene la muñeca rota, debe llevar férula hasta el codo sujeta en cabestrillo durante al menos un mes.
Juega pues el muchacho en la playa sin acercarse siquiera al rompeolas, protegida la depresión bajo sombrilla. Sin edad para leer a los clásicos, rascacielos, enteras urbanizaciones de arena va teniendo tiempo de construir. Elena y Eugenio ayudan con el trasiego de cubos de agua. Etcétera.
Pero lo que se dice el engorro no llega hasta el día que hace veintisiete, a cuatro de quitar el mapa de firmas y dibujos, cuando el chico ya no aguanta más. Nadar así, con ese lastre, produce un escoramiento lateral de mil demonios; hasta las medusas se sorprenden de esa técnica recién inaugurada. Las algas enredadas en lo que fue escayola impiden contemplar el deterioro, pero pueden Eugenio y Elena asegurar, este antepenúltimo día de descanso, que su muchacho ha dejado en el agua la parte gorda, estructural, de la férula; lo que sujeta ahora al brazo y a la muñeca que resulta de su lógica prolongación es una malla deshilachada, un envoltorio inútil de porquería, un gigantesco engorro de verano.
En justa compensación les viene entonces raudo casi sin pensar, el título de la película.
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domingo, 6 de febrero de 2011
AL SOL, Luciano G. Egido
comme afin de la cuire à point.
Charles Baudelaire
sábado, 5 de febrero de 2011
LIBRO DE LAS PREGUNTAS, Pablo Neruda
XXIX
Qué distancia en metros redondos
hay entre el sol y las naranjas?
Quién despierta al sol cuando duerme
sobre su cama abrasadora?
Canta la tierra como un grillo
entre la música celeste?
Verdad que es ancha la tristeza,
delgada la melancolía?
PABLO NERUDA & ISIDRO FERRER, Libro de las preguntas, Media Vaca, Valencia, 2006.
ILUSTRACIONES: Isidro Ferrer
Labels: LIBRO ILUSTRADO, POESÍA
viernes, 4 de febrero de 2011
DESNUDO, Luciano G. Egido
miércoles, 2 de febrero de 2011
REBAJAS, José María Merino
Las fechas previas a las vacaciones son para todos los empleados un tiempo agobiante, acaso el más duro del año, pues les obliga a un esfuerzo mayor de lo habitual frente a los innumerables compradores. Las ventas ordinarias rematan con las ventas de rebajas, tras una jornada agotadora en que debe cambiarse el orden de los artículos, y sus precios.
Él vive los días de rebajas con una intuición de pesadilla ante esa aglomeración de gente a la que mueve un afán que parece angustioso, significativo acaso de una búsqueda que va mucho más allá del precio favorable o de la ganga.
Tal sensación de mal sueño surgió en él muchos años antes, pero hace solamente dos que se hizo más intensa, con la aparición de la Vieja Pálida, una anciana flaca, vestida con una gabardina pasada de moda, las manos en los bolsillos, el rostro lleno de arrugas, desvaído y cremoso el color de sus iris, una pañoleta oscura cubriendo sus cabellos. Era inevitable verla deambular con su andar lento entre los ansiosos clientes, ajena al bullicio, como si hubiese entrado allí por casualidad.
El segundo año, el primer día de rebajas, cuando volvió a aparecer la Vieja Pálida, él la recordó claramente, y su impresión de estar soñando se hizo más aguda ante el aspecto fantasmal de la anciana, que de nuevo recorría los pasillos con lentitud, entre el ajetreo y el nerviosismo de los buscadores de chollos, sin alterar su gesto severo ni su ademán hierático.
En aquella ocasión ya no pudo olvidarla, y la figura de la Vieja Pálida se convirtió en una referencia de las rebajas, una aparición que ponía una nota lúgubre en el entusiasmo consumista.
Esta vez, tras abrirse las puertas de los almacenes, ha penetrado la tromba agitada de la muchedumbre, y la Vieja Pálida está de nuevo ahí, vestida con su gabardina arcaica, las manos ocultas en los bolsillos y los ojillos adolecidos de una blancura triste.
Pero esta vez él se decide, venciendo su resistencia, y se acerca a la anciana. «¿Está usted buscando alguna cosa?», pregunta, y la anciana, con voz exhausta y chirriante, que parece provenir del lugar donde el tiempo no existe, responde: «Te estoy buscando a ti.»
martes, 1 de febrero de 2011
TODO LO QUE SE LLEVÓ EL DIABLO, Javier Pérez Andújar
Velasco Flaínez estiró las piernas cuanto pudo, se tendió hacia atrás y clavando las palmas de las manos en la tierra se puso a explicar su cuento.
Hace mucho tiempo, en un bosque muy lejano, vivía un hombre que se había casado de segundas con una mujer muy mala. Este hombre tenía dos hijos de su otra mujer. El niño se llamaba Periquito y la niña, Mariquita. Un día que aquel hombre salió a trabajar al bosque, Periquito se quedó jugando en la era. Cuando se cansó de jugar, volvió a su casa y le dijo a su madrastra: Madre, tengo sueño. Acuéstate en la artesa, le mandó ella. Y cuando Periquito dormía metido en la artesa, su madrastra le echó una olla de agua hirviendo. ¡Madre, que me quemo!, gritaba Periquito, y la madrastra le contestaba: Calla, hijo, que son los rayitos del sol. Y poco a poco, la madrastra fue llenando la artesa de agua hirviendo hasta que Periquito se murió. Entonces la madrastra troceó al niño y puso los trozos en un guisado. Cuando acabó, la madrastra llamó a Mariquita para que viniera, porque tenía que llevarle la merienda a su padre, que estaba trabajando en el bosque. Cogió una olla y la llenó con el guisado, y se la dio a la niña. A mitad de camino, Mariquita destapo la olla y vio que asomaban los dedos de su hermano, y la niña se puso a llorar. Pero en ese momento se le apareció un hada, que le preguntó: Mariquita, ¿por qué lloras? Y ella le contesto: Porque ha matado mi madre a mi Periquito. Entonces el hada le dijo: Pon sus huesos debajo de la cantarera, y verás como resucita. Y ya contenta, la niña le llevó la comida al padre, y se quedó a su lado. El padre empezó a comer, y conforme se dio cuenta, le dijo: Mariquita ¿por qué coges los huesos? Y ella le respondió: ¡Son para el perrito! A la que terminó el padre de comer, Mariquita se volvió a su casa, y puso la olla con los huesos debajo de la cantarera tal como le había dicho el hada. Se hizo de noche, y volvió el padre del bosque. Se pusieron todos a cenar, pero el niño no aparecía. ¿Dónde está Periquito?, preguntó su padre. Está en la era jugando, dijo la madrastra. Y siguieron comiendo. En medio de la cena, se apareció Periquito cargado de dulces, caramelos y regalos. Entonces la madre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me mataste. Y el padre le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: No, que me comiste. Y su hermana le dijo: Periquito, dame. Y él le contestó: ¡Tómalos todos, que me recogiste! Y cuando mi abuelo terminaba de contarlo, siempre acababa diciendo: Y yo, que estuve pa aquí y pa allá, no pillé na.
Acabó el motorista de anotar este relato pataleando de alegría, y empezó a hablar a grandes voces.
Pero, ¡sabes lo que me has contado, muchacho! ¡Es una maravilla! ¡Un tesoro! ¿Te haces cargo de lo que hay en ese cuento? Y ya no me refiero a la cabaña, al bosque, ni siquiera al motivo de los huesos delatores. Te voy a contar una historia que aparece recogida en un libro medieval de viajes de un caballero llamado Juan de Mandeville, que anduvo por Turquía, Armenia, Persia y llegó hasta la India. Resulta que en ese libro habla de una isla donde los hijos se comían a los padres y los padres a los hijos. Y la mujer al marido, y viceversa. Cuando alguien de la familia se ponía muy enfermo, acudían al hechicero, y éste consultaba al ídolo. Si el ídolo vaticinaba que el enfermo iba a morir, los familiares con la ayuda del hechicero le ponían al yaciente un paño en la boca, y le cortaban el halito, y de este modo le mataban. Luego deshacían su cuerpo en pedazos e invitaban a todos los familiares y amigos a comer un guiso con los trozos. La comida se celebraba en un ritual con música de flautas. Una vez se habían comido al muerto, recogían sus huesos y los enterraban dando una gran fiesta con todo tipo de agasajos. Pues ese mismo ritual del libro es el que aparece en el cuento de tu abuelo. Los cuentos nos hablan de cosas antiguas y escondidas. En ellos han quedado grabados nuestros ritos más antiguos. Hay hasta vestigios de rituales antropofágicos. ¡Qué maravilla!
Pero al acabar de dar esta explicación, tanto el motorista como el muchacho habían perdido el hambre, así que recogieron el pan y las sardinas.
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