viernes, 20 de julio de 2012

DE PURO LAMENTO, Raúl Ariza


DE PURO LAMENTO

   Vivía en un lamento inacabable y, cada noche, salvo contadas excepciones, sollozaba amargamente encerrada en su habitación, confiada en que el ruido de la tele amortiguaba su llanto.
   Ella creía que me lo ocultaba, pues jamás hubiera permitido que su hijo la supiera desgraciada. Pero por aquel entonces, cada noche yo la oía llorar desde mi cama, a través de la delgada tabiquería de esta casa que nos dejó en uso la sentencia judicial. De hecho, más de una vez llegué a acercarme a hurtadillas hasta la puerta de su habitación para saber así cuándo se dormía rendida de tanta lágrima. Solo entonces podía yo conciliar el sueño. Así que muchas mañanas aparecía ojeroso y dolido, hecho polvo por el poco tiempo que su inservible dolor me había dejado descansar. Mi madre, que siempre amanecía desvencijada y vieja, parecía renovar fuerzas con el alba y me reñía entonces, acusándome de haberme pasado toda la noche frente al ordenador.
   Mi padre la dejó hace casi cinco años. Cuando viene a por mí los fines de semana que le toca, lo hace acompañado de Marta, una chica más joven que él, morena y divertida, que siempre me llama guapetón cuando me habla.
   Mi madre, que sale a veces con Juan, un tipo que sé que a veces le pega y otras le hace reír con sus galanterías, en estos últimos tiempos ya no llora tanto, o eso me parece a mí. Aunque también es cierto que con casi quince años que tengo, cada vez me acerco menos a la puerta de su habitación para escucharla.

RAÚL ARIZA, La suave piel de la anaconda, Talentura, Madrid, 2012, 164 páginas.. 49-50.