En el corazón de la selva de las Filipinas, avanzando penosamente por las sendas fangosas y culebreantes, los soldados norteamericanos oían en la radio portátil esa hermosa voz femenina, que, llegada del enemigo Tokio y entre piezas de swing y blues, les predecía en un perfecto inglés la derrota y el final de la gran potencia de los Estados Unidos.
El comandante norteamericano prohibió que se escucharan las emisiones de Tokio, pero el soldado encargado de la radio, enamorado de la voz, la escuchaba a escondidas.
Y, siendo muy patriota, al final de la contienda solicitó un consejo de guerra y se acusó él mismo de alta traición.
El comandante norteamericano prohibió que se escucharan las emisiones de Tokio, pero el soldado encargado de la radio, enamorado de la voz, la escuchaba a escondidas.
Y, siendo muy patriota, al final de la contienda solicitó un consejo de guerra y se acusó él mismo de alta traición.
JOSÉ DE LA COLINA, Tren de historias, Editorial Aldus, México, 1998, página 60.
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