Nació con bigote y acentuada calvicie entre las canas. No traía frac o respetable franela gris. Venía desnudo, como todo recién nacido al recibir su herencia.
Meado, vestido, alimentado de papillas, sacado a pasear en la silla de ruedas, pronto comenzó a rejuvenecer. Surgían los dientes en las encías marchitas, se enderezaba la espalda, se cubría la calva de pelusa y, ya libre de un cierto balbuceo baboso, se volvía clara su habla.
Fue preciso un tiempo para que, firmes las piernas, se librase de la silla de ruedas. Sin embargo, tardó aún más en subir a la tribuna, palco de sus discursos inflamados. Y sólo años después de haber saltado hacia el altar, dio a sus padres la felicidad de verlo uniformado en el servicio militar.
Estudiante brillante, niño prodigio, llevó una vida ejemplar. Y cuando al final murió, pataleando en la cuna, todos le alababan la sabiduría.
Sólo una mancha turbaba su memoria. El ansia casi grotesca con que, próximo al final, intentaba meterse debajo de las faldas y entre las piernas de las mujeres, con la intención, tal vez, de buscar su destino, más allá de lo que permiten las reglas de etiqueta, y de la vida.
MARINA COLASANTI, Cuentos de amor rasgados, Diego Pun Ediciones, Tenerife, 2013, página 65.
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Jaume Plensa
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