Me enamoré de ella —perdidamente, como se dice— de pie sobre el respiradero del subte, volándosele las faldas, el pelo platinado y los labios carmín. Un día me tomé una caja de barbitúricos, mientras ella fornicaba con el hombre más poderoso de la Tierra.
Ni vino al funeral.
NORAH SCARPA FILSINGER, Cuentas de maíz, Macedonia, Morón, 2010, p.19.
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Ella Mackay
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