Lo contrario absoluto del amor es la necedad. La necedad y su hocico impávido, su falta total de conciencia propia. El que se aloja en el árbol hueco de la necedad ni tan siquiera sabe que es necio — al contrario de la locura: siempre hay un instante, una chispa, donde el loco se reconoce como loco. Por lo demás no necesita de ese saber porque triunfa, ya que a cada paso que da, a cada palabra que pronuncia, el hombre necio triunfa, avanza triunfando, triunfa avanzando. Se puede muy bien ser necio e instruido. Se puede también, se ve con frecuencia, ser necio y listo. Y casi siempre, cuando se es necio, se es sentimental: un vacío llama al otro. Pero hay una cosa que es imposible: ser necio y dotado de amor. Son dos absolutos incompatibles~ alérgicos el uno al otro. Entre ellos, ninguna mezcolanza, ni un solo vínculo de ningún tipo. La guerra, eso es todo, Tiene que existir desde el principio del mundo. Su solución está lejana, tan lejana que puede hacernos desesperar: la necedad se encuentra en el mundo como en su propia casa. Hoy en día, entre otros quehaceres, hace televisión. La necedad siempre ha sabido olfatear los buenos negocios. La necedad está muy ocupada, nunca para, es en el fondo —suponiendo que tenga un fondo— industriosa, militante. No decir nada más ni espantarse. La necedad es como una roca contra la cual las aguas de Dios vienen a batir en vano.
CHRISTIAN BOBIN, Autorretrato con radiador, Árdora, Madrid, 2006, pp. 54-55.
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Imogen Cunningham
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