Hay una literatura que es suntuosa, sobrecargada de oro y de autoestima. Considera el hecho de escribir mayor que la vida. No conoce nada más noble que una bella frase. Engendró, sin lugar a dudas, obras maestras, y me resulta indiferente. Es de una literatura distinta de la que estoy hambriento. Es tan antigua como la primera. No supone menos trabajo pero no busca lo mismo. O mejor: hay una manera de escribir que busca, no encuentra más que por accidente o por gracia, y sigue buscando. Y hay una manera de escribir que da vueltas en torno a su espejo, una novia que se prueba el traje. Esa no busca nada. No tiene nada que buscar, ha encontrado desde siempre con quien casarse: con ella misma. Su belleza no me impresiona. No admiro una obra porque me dicen que la admire sino por el poder del amor que en ella vibra. Lo que yo entiendo aquí por amor no es nada sentimental. El amor que es únicamente real es de una dureza increíble. Esa es la palabra: increíble. El poeta Henri Pichette dice que nunca se debería escribir ni una sola frase que no se pudiera susurrar al oído de un agonizante. Pues bien, eso es exactamente. La manera de escribir que a mí me gusta, es exactamente eso. Y todos nosotros somos agonizantes, ¿no? ¿Dónde me conducen tales reflexiones? A nada, a nada. No es nada de importancia: una pequeña subida de fiebre. Lo que digo aquí, puedo decirlo de otra manera: hay una palabra de príncipes y hay una palabra de mendigos. La de los príncipes es como una estancia en la que no hubiera nada y en la que al mismo tiempo todo estuviera lleno, lleno a rebosar. Es una palabra que está sorda de bastarse a sí misma. La de los mendigos, por el contrario, contiene en ella el vacío suficiente —de espacio, de silencio— para que el primer llegado se deslice en ella encontrando allí su bien. Es una palabra que deja en ella sitio a otra, que hace posible la llegada de algo distinto a ella misma. Ya sabéis: la vieja tradición de poner en la mesa un plato de más para un visitante imprevisto. Esas son las palabras que a mí me gustan. Es en esas mesas donde mejor como.
CHRISTIAN BOBIN, Autorretrato con radiador, Árdora, Madrid, 2006, pp 84-86.
&
Wayne Chisnall
0 comments:
Publicar un comentario