Deja las escopetas, las cananas y los machetes de doble filo. A un oso de peluche no se le caza por la fuerza. Basta encontrarlo y sonreír para tenerlo. Pero esto es lo difícil: encontrado. Un oso de peluche no suele dormir solo: lo hace debajo del brazo de una niña, con muñecos y caballos de cartón en el fondo de una cesta de mimbre o con unos ratoncitos blancos en un baúl que casi nadie abre. Los más tiernos son aquellos a los que se les ha caído el cristal de sus ojos; estos sueñan hacia adentro y a veces se encienden como si fueran osos de verdad: osos pandas, osos blancos, osos marinos, osos hormigueros, osos colmeneros, osos marsupiales... Son tiernos pero también son peligrosos: cuando despiertan estallan silenciosamente y dejan un germen de locura en mano furtiva de quien se los llevaba. En ocasiones un oso de peluche afila sus garras en la piel de una mujer que ya no tiene edad para dormir con osos de peluche. Entonces la mujer se convierte en un oso de peluche y el oso de peluche desaparece. Intentar cazar un oso de peluche en cuyo interior acecha una mujer requiere algo más que valentía, paciencia y buen sentido para seguir el rastro; requiere olvidarse de uno mismo.
Jesús Aguado
MARTA AGUADO & CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS, Campo abierto. Antología del poema en prosa en España (1990-2005), DVD, Barcelona, 2005, pp. 53-54.
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Man Ray
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