miércoles, 21 de septiembre de 2011

A DESTIEMPO, David Mena



A DESTIEMPO

   Cambiaban de motel cada dos días. Sabían que el marido había pagado a un tipo para que los encontrara, de modo que tenían que tener los ojos bien abiertos. Aunque aquello no podía durar mucho, ella sentía algo parecido a lo que la gente suele llamar felicidad. Pensaba que siempre iban a estar huyendo y amándose en moteles de veinte dólares, que aquella furia con la que se entregaban nunca se extinguiría, que el amor era como esas rosas de plástico que no envejecen nunca en la recepción de los moteles; que ninguna encargada de la limpieza del tres al cuarto acabaría limpiando su sangre de las cortinas con su nuevo anillo de prometida prendido del dedo.


DAVID MENA, La novia de King Kong, Berenice, Córdoba, 2011, página 102.