EL BESO
Sale a la venta El beso de Robert Doisneau, que ya estaba a la venta enfebrecida en paredes calmadas y de bronce. La instantánea de El beso de Doisneau forma parte álgida y visible en la memoria antigua de los besos, fotografiados o no, al fondo con madeja de viandantes o en el marco brioso de un París henchido en blanco y negro. La famosa fotografía de Doisneau, de un romanticismo urbano y juvenil, dinámico y profundo, fue tomada al aire hace más o menos medio siglo. Reproducida en infinidad de postales, durante mucho tiempo se pensó que la fotografía había sido al natural, sin ninguna preparación previa de Doisneau, que se jactaba, como su colega Henri Cartier-Bresson, de haber robado al día su instante decisivo. Henri Cartier-Bresson hablaba siempre del instante decisivo, de apurar el retrato en lo invisible para atrapar su azul de piel visible, y era partidario de tirar muy pocas fotos pero seleccionando antes de disparar: fijación lenta. Robert Doisneau tuvo mucho éxito además con una fotografía de unos novios tomándose unas copas de champán justo al otro lado de una barra que era retratada desde dentro, con ese bebedor curtido en una esquina y una multitud de vasos limpios a este lado del fregadero, de la barra y los labios de la novia. Todo el mundo disfrutó con la instantánea, alabando la capacidad de Doisneau para encontrar una foto tan natural. Él, tiempo después, confesaría que su efecto resultaba natural, precisamente, al haberlo previsto hasta el detalle. El beso, entonces, fue considerada, también, una fotografía revelada en el arco de un azar, hasta que una pareja de desconocidos aseguró al periódico L’Express que eran ellos los fotografiados. Aclaró entonces Doisneau que la fotografía era un posado: había estado espiando a una joven pareja en el recodo táctil de un café y entonces supo, al verlos tantearse, que sacando a la calle el beso de agua podría ganar así su imagen áurea. Antes, Doisneau había recibido un encargo de America’s Life: captar a los amantes bisoños de París. La pareja encontrada en el café pudo darle al fin esa portada, que llegó a vender, como postal, casi medio millón de besos últimos. Ahora, cincuenta y cinco años después, la protagonista de El beso da la cara de una forma menos amorosa: Françoise Bornet ha decidido subastar la fotografía original, asegurando que Doisneau le envió la imagen a los pocos días de su ejecución, que lleva impresa el sello de su autor, y que ella es la muchacha de la escena. Con lo hermosa que era la historia de la foto, qué empeño en cobrar la realidad.
JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE
Escribir la luz. Fotografía & literatura, Revista Litoral, nº 250, Málaga, 2010, pp. 330-331.
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