BEETHOVEN
Salvador Suárez encuentra al abrir el buzón una nota de su vecino del piso de arriba en donde le informa de que su mujer se ha fugado con un alto funcionario de la Xunta de Galicia y que, por tanto, la partida de ajedrez que juegan semanalmente desde hace 17 años queda suspendida.
Al día siguiente, a la hora habitual del ajedrez, Salvador Suárez empieza a escuchar a su amigo y vecino tocar el piano. Las notas del Claro de luna traspasan la placa del suelo y suenan nítidamente en el salón de abajo. Salvador Suárez recuerda haberle oído decir a su compañero de ajedrez que esa sonata de Beethoven era «la música más triste jamás compuesta». A Salvador Suárez, la elección le parece apropiada.
En cuanto acaba la pieza, el amigo y vecino de Salvador Suárez vuelve a comenzarla sin solución de continuidad. Una y otra vez durante el resto de la tarde y toda la madrugada. Salvador Suárez sólo deja de escuchar en su casa el Claro de luna durante un par de horas del segundo día. Su vecino, amigo y compañero de ajedrez, supone, se ha dormido. Al cabo de las dos horas, sin embargo, comienza de nuevo a tocar la misma partitura.
Salvador Suárez sube al piso de arriba y llama al timbre, pero su amigo no deja de tocar para abrirle. El mismo tiempo que lleva él sin dejar de tocar, lleva Salvador Suárez sin dormir. Conociendo desde hace 17 años como conoce la forma de jugar al ajedrez de su vecino y amigo, la situación no le tranquiliza ni lo más mínimo. Él ataca en tromba, un ataque solamente, decisivo, con todas las piezas. Con una vehemencia que ahora Salvador Suárez no duda en calificar de obsesiva.
Cuatro días más duró la situación. La noche del sexto día, a las tres de la mañana, el Claro del luna se interrumpe apenas son esbozadas las primeras notas. Golpea con furia las teclas, que emiten un acorde estridente, y la casa queda en silencio. En el piso de abajo, Salvador Suárez no sabe si mañana jugará al ajedrez con su vecino y amigo o si tendrá que testificar ante el juzgado de guardia.
Al día siguiente, a la hora habitual del ajedrez, Salvador Suárez empieza a escuchar a su amigo y vecino tocar el piano. Las notas del Claro de luna traspasan la placa del suelo y suenan nítidamente en el salón de abajo. Salvador Suárez recuerda haberle oído decir a su compañero de ajedrez que esa sonata de Beethoven era «la música más triste jamás compuesta». A Salvador Suárez, la elección le parece apropiada.
En cuanto acaba la pieza, el amigo y vecino de Salvador Suárez vuelve a comenzarla sin solución de continuidad. Una y otra vez durante el resto de la tarde y toda la madrugada. Salvador Suárez sólo deja de escuchar en su casa el Claro de luna durante un par de horas del segundo día. Su vecino, amigo y compañero de ajedrez, supone, se ha dormido. Al cabo de las dos horas, sin embargo, comienza de nuevo a tocar la misma partitura.
Salvador Suárez sube al piso de arriba y llama al timbre, pero su amigo no deja de tocar para abrirle. El mismo tiempo que lleva él sin dejar de tocar, lleva Salvador Suárez sin dormir. Conociendo desde hace 17 años como conoce la forma de jugar al ajedrez de su vecino y amigo, la situación no le tranquiliza ni lo más mínimo. Él ataca en tromba, un ataque solamente, decisivo, con todas las piezas. Con una vehemencia que ahora Salvador Suárez no duda en calificar de obsesiva.
Cuatro días más duró la situación. La noche del sexto día, a las tres de la mañana, el Claro del luna se interrumpe apenas son esbozadas las primeras notas. Golpea con furia las teclas, que emiten un acorde estridente, y la casa queda en silencio. En el piso de abajo, Salvador Suárez no sabe si mañana jugará al ajedrez con su vecino y amigo o si tendrá que testificar ante el juzgado de guardia.
JOSÉ SÁNCHEZ PEDROSA, Contento del mundo, Ediciones del Viento, La Coruña, 2008, pp. 83-84.
ILUSTRACIÓN: Honoré Daumier
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