miércoles, 13 de mayo de 2015

[RODRIGO, HIJO DE ENRIQUE...], Belén Gopegui


   Rodrigo, hijo de Enrique y de Manuela, hermano de Susana, estaba en el patio. Era el recreo de las once, al que salían los de la ESO.
   Como solía ocurrir, las chicas se habían distribuido en varios grupos, y los chicos en otros tantos. En cuanto a las parejas, algunas buscaban las zonas más retiradas, otras se movían mezclándose con los demás y exhibiendo su mutuo deseo. En el campo de fútbol estaban jugando un partido. Rodrigo y dos amigos fueron a una zona con tierra para verlo.
   —Lo que no soporto es que encima de pijas sean gordas —dijo Carlos.
   —¿Qué más te da? —dijo Rodrigo.
   —Pues claro que me da. Mira a esa ballena de Mónica, desde que corté con Marta se pasa todo el día con ella, estoy seguro de que le calentaba la cabeza por teléfono.
   —Venga ya —dijo Rodrigo—, cortaste con Marta porque se hartó de que pasaras de ella.
   —Yo no pasaba de ella.
   —El día de la botella sí te pasaste un poco —dijo Edu.
   —¿Por el morreo que le di a Sonia?
   Marta también estaba allí. No dijo que no jugásemos.—Pero una cosa es un beso y otra un morreo de cinco minutos tocándole el culo —dijo Edu.
   —Eso lo dices porque tú estás por Sonia —dijo Carlos—.
   A Marta le tocó besar a Raúl y yo no dije nada.
   —Pero sólo se besaron —insistió Edu.
   —¡Qué coñazo eres! —dijo Carlos—.
   Mira, ahí va la ballena de Mónica moviendo el culo, no la aguanto.
   Gorda y con ropa de marca. Seguro que le dijo a Marta que cortase.
   —Marta se va a los bancos —dijo Rodrigo—. ¿Por qué no te acercas y habláis?
   —No —dijo Carlos—. Mejor voy a hablar con la ballena. Venga, vamos, ¿le decimos que nos enseñe su cinturón? Seguro que le ha costado cien euros.
   —Qué dices —contestó Rodrigo—. Déjala en paz.
   —La dejaré en paz si quiero. Que me deje el a en paz a mí y no le vaya contando historias a Marta.
   —Ni siquiera sabes si le ha contado algo —dijo Rodrigo.
   —¿Tú tampoco vienes? —preguntó Carlos a Edu. Edu miró a Rodrigo, luego dijo: —Pues no, no me importa nada su cinturón.
   —Ah, creí que erais amigos míos.
   Carlos se levantó y se dirigió hacia donde estaba Mónica. Rodrigo y Edu vieron cómo Mónica sonreía a Carlos y cómo se alejaban hacia un rincón.
   —Me da miedo por Mónica —dijo Rodrigo.
   Álex y Raúl llegaron y se pusieron a mirar hacia donde miraban Rodrigo y Carlos.
   —¡Joder! No me lo creo —dijo Álex—.¿Carlos se va a enrollar con la ballena?
   —No —dijo Edu—. Lo que quiere es quitarle el cinturón.
   —Eso no me lo pierdo —dijo Raúl—. Vamos con ellos.
   —Yo paso —dijo Edu, y echó a andar hacia el otro lado del campo de fútbol.
   Álex y Raúl miraron a Rodrigo: —¿Vienes? —le dijo Raúl.
   —Sí —dijo Rodrigo.
   Carlos había cogido a Mónica por la cintura mientras andaban hacia la zona que había detrás de los baños.
   Álex, Raúl y Rodrigo fueron detrás, callados. Se quedaron en el pasadizo que había entre los baños y el rincón donde estaban Carlos y Mónica.
   Desde al í vieron cómo Carlos le desabrochaba el cinturón y le mordisqueaba la oreja. De pronto Mónica chilló.
   —¡Qué bestia! —dijo llorosa llevándose la mano a la oreja.
   Carlos extrajo el cinturón del vaquero de Mónica:
   —Me lo regalas, ¿no? Mónica estaba a punto de llorar. Carlos miró a su alrededor. Vio que al fondo estaban Álex, Raúl y Rodrigo.
   —¡Va! —gritó lanzándoles el cinturón.
   Álex lo cogió al vuelo. Salió del pasadizo y quedó a la vista de Mónica.
   Empezó a agitar el cinturón en el aire con movimientos obscenos.
   Mónica se había tragado las lágrimas.
   Estaba seria, se mordía los labios.
   —No te preocupes que no se te van a caer los pantalones —dijo Carlos y, dirigiéndose a Raúl y a Rodrigo—: ¿Habéis visto a la ballena? ¡Se ha creído que me iba a enrollar con ella!
   Raúl y Rodrigo avanzaron hasta el recinto.
   —Déjalo ya —dijo Rodrigo—. Te estás pasando.
   —¿Pasarme? A ver, Álex, dame el cinturón. Álex se lo dio.
   —¿A que me lo regalas, Mónica? —dijo Carlos.
   Mónica se había apoyado contra la pared. Asintió muy levemente.
   —¿Ves como no me paso, Rodrigo? Es un regalo.
   Carlos golpeó el cinturón contra la tierra.
   —Álex, quédate vigilando que no venga nadie. Mientras Álex obedecía, Carlos dijo:
   —Bueno, ¿qué? ¿Lo probamos? —Carlos, para ya —dijo Rodrigo.
   —¿Tú eres mongolo o qué te pasa? ¿Eres tonto? Y tú, ballena, muévete.
   Mónica seguía paralizada, pegada contra la pared. Carlos hizo un gesto a Raúl:
   —Tráela.
   Raúl, divertido, se acercó a Mónica y la cogió de la mano:
   —Si te va a gustar —dijo—. Ya verás.
   —Rodrigo —dijo Carlos—, como digas algo de esto, te mato. Aunque seguro que a ti también te excita.
   Mónica había avanzado en silencio, con Raúl agarrándola del brazo. Cuando llegó frente a Carlos, éste ofreció el cinturón a Raúl.
   —¿Empiezas tú? ¿O quiere empezar Rodrigo?
   —Sí —dijo Rodrigo—. Empiezo yo.
   —Pues hazlo a mano, tío, porque no pienso darte el cinturón —dijo Carlos, y rodeó a Mónica y la golpeó por detrás.
   Rodrigo embistió a Carlos, Mónica echó a correr.
   —¡Qué no salga, Álex! —gritó Carlos.
   Luego se quedó mirando a Rodrigo—: Ya te lo he dicho antes. Eres tonto.
   —Le pegó con fuerza y le tiró al suelo. Una vez allí le puso un pie en el cuello—. ¡Álex, trae a la ballena! ¡Me parece que a Rodrigo le gusta! Álex acercó a Mónica.
   —Raúl, vigila tú ahora —dijo Carlos—. ¿Por qué no le enseñas las tetas a Rodrigo? —dijo Carlos—. Desde ahí abajo las verá muy bien.
   —Eso, enseña los melones, yo te ayudo —dijo Álex, y empezó a desabrocharle la blusa.
   Rodrigo aprovechó la distracción de Carlos para desestabilizarle y levantarse. Estaban los dos de pie. Rodrigo pegó a Carlos con fuerza. Carlos perdió el control, dio a Rodrigo una patada en los huevos y empezó a golpearle sin parar.
   —¡Vete! —gritó Rodrigo a Mónica, pero Mónica no acertaba a moverse.
   —¡Eres un traidor! —dijo Álvaro, sumándose, y le dio una patada—.
   ¡Chivato de mierda! Álex y Carlos le golpearon a la vez hasta que Rodrigo cayó al suelo de nuevo; Carlos le pisó la cara.
   —Me quedo con el cinturón —le dijo a Mónica—. Sé que no vas a decir nada, ballena, porque si me entero de que has dicho algo a Marta, a tus padres, a alguien del colegio, te hundo para siempre. Y ahora vete, que yo vea cómo te ríes.
Mónica esbozó una sonrisa llorosa, luego echó a andar despacio.
   —Bueno, tío —le dijo Carlos a Rodrigo—. A ver lo que te inventas. Tú no eres un chivato, ¿verdad? Álex y Carlos echaron a andar. Rodrigo se acurrucó de lado con dificultad y notó en la mejilla el tacto áspero de la tierra. También tenía tierra en los labios.


BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007.
&
Juul Kraijer