Tiras de las dos asas amarillas
y la bolsa se cierra.
Luego haces dos nudos
sobre las mondas de naranja y las cáscaras de plátano,
las sobras de la cena,
unas cuantas docenas de colillas
y una planta que ha muerto.
Son doce pisos luego y unos cuarenta pasos
hasta el contenedor —en el que apenas cabe ya ninguna bolsa.
En el momento de depositarla allí
se ha iluminado un número en tu mente:
setenta y seis. Son pocas todavía
las bolsas de basura que habéis llenado juntos
si las comparas con las más de mil
que Laura y tú llenasteis;
son muchas, desde luego, un escorial, si las comparas
con las apenas diez
que, de aquel sótano de Londres donde Marge,
sacabas rumbo a un minúsculo depósito en el patio.
En La Habana Amarilis
cada noche colgaba la basura de las ramas de los árboles
—para evitar la proliferación de ratas—:
llenasteis juntos veintitantas bolsas.
Es fea, bien lo sabes, tu costumbre
de computar amores en bolsas de basura.
Tal vez un día de estos se te olvide.
Doce pisos arriba hay una luz: es tu cocina.
En el cubo hay una nueva bolsa que mañana llenaremos.
Juan Bonilla, Buzón vacío, Pre-Textos, Valencia, 2006, pp. 15-16.
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