Reuniéndonos, alejamos la fiera a pedradas. Mientras huye por entre los matojos de nuestra tensa edad, que es en verdad un rastrojo fantástico, nos sonreímos empapados en agradecimiento y en un premonitorio terror. Porque ya otras veces hemos alejado a la fiera y hemos sonreído, y hemos temido su regreso: y ha vuelto. Ahora nos apretamos, nos mordemos de amor, y hablamos de esperanza en lacónicas y furiosas brazadas —sin soltar las últimas piedras. Nuestra sabiduría y nuestra pesadumbre se juntan en sus límites; siempre esperamos una nueva agresión. Mala fiera hecha del metal de la nada, noser hecho fiera, alimaña mayor que el aborrecimiento que inspira, con músculos tan poderosos como los goznes de los años. Cárcel que se mueve hacia hoy, ancha a manera de desierto, matemática, rigurosa. Exacta fiera que se arrastra bajo la luna, mirándonos con la avaricia soñolienta de un dinosaurio entre légamos de prehistoria.
Amenazándonos con su estereofónico aullido rayado de estridencias de origen, la fiera nos mira y demora su agazapamiento inmortal. Tú ves cómo nos mira, tú lo ves; qué importa si la carne se desgarra en los dientes. Con la sangre vertida en el amor por el terror podría cubrirse esta región que miramos enamorados, tomados de la cintura como los eslabones. Araña como puedas, seamos tan fieros como nuestro destino.
¿Es que no te dijeron nunca que el amor es esa desgracia?
FÉLIX GRANDE, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, Bartleby, Madrid, 2006, p. 28.
Primera edición (1969).
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Goele Dewanckel
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