Dejando a un lado griegos y romanos con sus antepasados míticos, podemos hallar en las cartas ejecutorias de la nobleza española, y de la europea en general, a extraños ascendientes, que, si hacemos caso, por ejemplo, a la Real Chancillería de Valladolid, no hay más remedio que aceptar. Familias hay que probaron venir de Pompeyo, del Rey Wamba, de un sobrino de Carlomagno o del Basileo de Constantinopla. Yo conozco a alguien que entre sus abuelos tiene nada menos que a un emperador romano, a un rey lombardo y a un par de Francia, y por Zaragoza andaba, hace bien pocos años, nada menos que el que se decía Láscaris, emperador de Bizancio, rey legítimo de Grecia. Claro que le discutiría estos títulos el descendiente del último Paleólogo que reinó en Constantinopla, y que no se sabe cómo apareció en Cornualles, en Gran Bretaña. Steven Runciman, el gran historiador de las Cruzadas y de la caída de Constantinopla, no cree en tales Paleólogos de Cornubia —familia, por otra parte, que acabó en Barbados— , y dice que las dos patéticas águilas esculpidas el sepulcro de Teodoro el Paleólogo en la iglesia de Landulph en Cornualles, “lamentablemente están fuera de lugar”. En Francia hay un ilustre linaje que dice descender de Simón Cirineo, y otro, los Lévi-Mirepoix, emparentados con la Virgen María. Se ve que en Francia no regía el estatuto del limpieza de sangre, con lo cual no importaba tener en la propia unas gotas de la hebrea. De un duque de Leví-Mirepoix se contaba que, cuando iba a oír misa a Nôtre-Dame de París, decía:
—¡Me voy un rato a casa de mi prima!
Hablo de esto ahora mismo porque, en una revista belga de genealogía, un erudito en estas cuestiones estudia nada menos que diecisiete linajes de Bretaña, Dinamarca, Inglaterra e Irlanda que dicen descender de sirenas de la mar. Si el profesor Van Oesten estuviera al tanto de las genealogías gallegas, tendría que añadir alguno más, que aquí también hay descendencia de sirena: los Mariño, los Padín, los Goyanes, que creo vengan todos de la misma fábula. (Yo estoy entre éstos, por mi abuelo paterno, don Carlos Cunqueiro y Mariño de Lobeira). La cosa es que una sirena de la mar apareció preñada nada menos que de don Roldán, el amigo de Carlomagno, que tan triste muerte tuvo en Roncesvalles. Dónde se conocieron el señor de la marca de Bretaña y la sirena nadie lo dijo. Cómo fueron de solazados aquellos amores, y cómo el caballero superó las dificultades que llamaremos físicas y engendró en la niña cantora, nin se sabe. A los nueve meses, la sirena apareció en una playa gallega, creo que del mar de Arosa, y parió. Gente atraída por su canto, recogió al hijo, un hermoso mamoncete que fue bautizado Palatinus por ser su padre el paladín Roldán. Sería la sirena quien lo contaría a quienes se quedaron con el crío para criarlo, mientras la madre se volvía a las mareas. Y de Palatinus, por corrupción, vino Paadin, Padin. Y por aquí, por Galicia, andamos unas cuantas docenas de descendientes del hijo de la sirena, y la verdad no se nos nota en nada. ¡Si hubiéramos conservado de la sirenita el enorme poder de seducción! En fin, si en la familia hay un ginecólogo, debería ponerse a estudiar cómo pudo engendrar, como pudo parir. Por la piedras de armas se ve que era una verdadera sirena, muy feliz, de pechicos levantados, y con una cola que se parece a la del salmón, el más perfecto de los peces.
Hace varios siglos que no se ven sirenas de la mar, ni se escucha su cantar cálido y persuasivo. El padre Feijoo no creía en ellas: no las hubo nunca, decía. En cambio creía en los tritones, “aunque su voz haya sido escuchada modernamente”. En cambio en Normandía, en Ruán, se creyó tanto en ellas, que los canónigos quisieron cobrarles impuesto en los días de los cardenales de Amboise, y cuando allí fue quemada Juana, la buena lorenesa. Si un mozo aparecía muerto en la desembocadura del Sena, los canónigos acusaban a las sirenas y las multaban, y las convocaban a que viniesen a recibir el castigo junto a la Puente Matilde. Alguna debió acudir a la cita, porque los canónigos sabían que una de las señas de la sirena era el no tener ombligo.
Ustedes dirán que andamos perdiendo el tiempo en tonterías tratando de sirenas. Quizá. Pero por lo menos más divertida, sabrosa cosa es que tratar de bioenergética y extraterrestres. Ahora mismo, lunes 5 de noviembre, a las dos y media de la tarde, he visto en la “tele” a un profesor de bioenergética y a un tipo que rastreó todas las huellas posibles de extraterrestres en el planeta nuestro. La verdad, escuchando a tales “científicos”, uno se pone colorado. En un país como España, donde tan poco aprecio se da a la ciencia verdadera y al estudio, donde la investigación científica gasta menos que una jornada de quinielas, es bien detestable echar esos retazos a la gente. Quedémonos con las sirenas.
ÁLVARO CUNQUEIRO, Fábulas y leyendas de la Mar, Tusquets, Barcelona, 1998, pp. 187-190.
&
0 comments:
Publicar un comentario