Aquí cerca de casa había un chico paralítico al que la madre sacaba a veces a tomar el sol en su silla de ruedas. Y un día apareció muerto con un tiro en la cabeza. Debieron de alcanzarlo de lejos con mira telescópica y arma silenciosa. Pero pasado algún tiempo, empezaron a morir otros enfermos e inválidos. El pánico invadió toda la ciudad y todo el país, preguntándose quién sería el loco asesino. Entonces apareció un comunicado de un grupo político reivindicando todos los asesinatos en nombre del interés nacional. El peso de los inútiles era enorme y sobre todo, los trabajadores tenían que sustentarlos. Teníamos que imaginar el gasto público con el peso muerto de los inválidos, los hospitales, los sanatorios. Todo ese dinero, destinado en beneficio de los demás, haría que el país fuera más próspero y la sociedad más justa. Por tanto, había que devolver al país la salud y el bienestar de los más aptos, que eran la mayoría trabajadora. Liquidar a los inválidos era un acto democrático. La policía se puso en marcha y finalmente consiguió capturar a los estimables demócratas. Y los jueces, tras meditado juicio, los alojaron en la cárcel. Y como toda doctrina, incluso la más absurda, recluta en seguida sus adeptos, se organizó un grupo para reclamar amnistía en favor de esos «presos políticos». Y una señora desconocida me pidió la firma. Entonces yo le pregunté si era para liberar a unos que habían estado matando en beneficio de los trabajadores, etcétera. Y la señora me dijo: bueno, ya entiendo. Perdone.
Muy bien. No se trataba realmente de asesinos eugenésicos, sino de otros que igualmente habían estado matando sin que yo, por otro lado, viese la diferencia. Y hasta hubo una llamada telefónica para hablarme de la amnistía para los «presos políticos». Y yo pregunté: ¿son esos que andan matando, etcétera? Y la señora dijo: ya entiendo. Y me pidió disculpas por el tiempo que me había robado. Y yo quise preguntarle si también había pedido disculpas a la familia de los muertos. Pero ella ya había colgado.
VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 193-194.
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Urs Fisher
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