ASPERGER
La vergüenza por lo que hicimos aquella noche nos acompañaría para siempre. Ya pudimos intuirlo días más tarde, cuando los de la pandilla nos reunimos de nuevo y nuestras voces se diluían como plástico; cada silencio era un ácido que nos iba corroyendo. El tirachinas y los gorriones, o los petardos al perro de Martínez, apenas ya lograrían regalarnos una divertida indiferencia.
De aquellos amigos de verano solo volví a ver a Jorge, un día por la calle. Y sé que, acallada entre trivialidades, a ambos nos inundó la última sonrisa de Óscar sobre el agua: feliz porque, por una vez, no estaba solo.
Y le dejábamos jugar con nosotros a los socorristas.
&
David Hockney
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