Tras el cristal de la ventana vemos la nieve: un enjambre de avispas blancas que se agitan mansamente en la oscuridad de una noche de invierno.
Fuera nieva y corre el frío, pero dentro nos puede el calor. Una mezcla de calefacción incontrolada, roce humano y nerviosismo infantil.
Estamos de fiesta.
Sobre la mesa se puede picar en platos que ofrecen tortilla de patatas y embutidos que habrán viajado en el interior de alguna maleta. Tampoco falta el vino ni una botella de brandy y otra de whisky.
Oigo risas y levanto la Vista: me parece que los mayores se han puesto gorros de papel de colores sobre la cabeza. Están muy arriba, porque yo soy pequeño y además gateo por la moqueta. Me persigue Gonzalito el hijo de Marilyn y Gonzalo, a quien yo llevo dos años. Es casi un bebé. ¿Hablaríamos? Los idiomas se funden y crean un idioma propio, el del juego de niños.
Los adultos nos ignoran, aunque en ocasiones nos levantan en brazos y nos cantan canciones de las que lo ignoramos todo, simulan que bailamos, nos dedican brindis de mentira.
Estamos en Navidades, sólo que yo de eso no sé nada. Y estamos todos: Gonzalito Marilyn y Gonzalo, mi abuela, Amalia y Juan, Joseph, demasiados para un basement flat tan pequeño. Y Astrid. O eso creo. Al menos, es lo que me dice la memoria: la estoy viendo, rubia, tan germana, alta y cariñosa. En realidad, me he contado una mentira todos estos años. Astrid regresó a Alemania antes de que yo naciese. Ni ella me conoció ni yo a ella. Pero yo creía que sí. Yo creía tantas cosas. Yo creía.
Así que las fotos me han engañado. Nos llaman para un retrato. Formamos el grupo, los pequeños delante, en cuclillas. La luz del flash nos ciega unos segundos, vemos colores. Se reanudan las risas, todos hablan, recuerdan a los suyos, a los nuestros, que también están celebrando a tantos kilómetros a través del mar. Les enviaremos la fotografía con nuestros nombres detrás. Aún no sé firmar, pero les dedicaré un dibujo.
A vuelta de correo recibimos el reverso de nuestro retrato. Posa toda la familia. Sobre la mesa han colocado dos marcos. Uno contiene el recuerdo de la boda de mis padres. En el otro asoma mi rostro. Antes pensaba que era su forma de tenernos presentes aquella Navidad. Ahora sé que nos estaban reclamando.
XESÚS FRAGA, A-Z Emigrados en Londres, Témpora, Salamanca, 2006, pp.119-120.
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Edward Bawden
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