Siempre me hirió esa foto. También la vergüenza es una herida.
Y yo muchas veces, en mi juventud, me avergoncé de la España
de mi nacimiento y mocedad. Hoy, temo que las cosas no han mudado
tanto. Antonio Machado, un mes antes de su muerte, embarcado
en el horror del exilio junto a su madre anciana y algunos leales
(el singular Corpus Barga entre ellos) parece el decrépito viejecito
que aún no es. Sólo tiene 63 años, pero además del torpe aliño
indumentario y la pobreza de quienes dejan todo atrás, hay un halo
terroso y a la par suciamente sublime de acabamiento. El hombre
al borde de las lágrimas que no verterá, se está diciendo mudo:
Todo terminó y de nuevo perdimos. Perdió la República y su sueño
de una nación distinta y libre, orgullosa de su inteligencia y desatada
de curas, señoritos y esa derecha áspera y obtusa, la más tosca de
Europa. Se perdió el trabajo de mi vida (pero acaso se pierdan todos)
y las ilusiones de amor, que fueron vanas o breves o nunca existieron...
Y el poema deja los mundos sutiles para barrenar el granito de
las trincheras y las explosiones criminales... ¿Palabra en el tiempo?
Cierto. Pero yo no estaré y las rosas de Ronsard serán menos bellas.
Al pobre hombre de la foto (de mal andar, seguro) sólo le queda
derrumbarse y entregar el ánima al desierto y a la tumba sin ruido...
Hasta el amigo Juan Ramón —que lo respetaba lejos— tendría piedad
de él, deseado y deseante como el Hombre que no nace aún...
Fin de un tiempo, de un mundo, de una idea liberal de la vida,
Machado es la imagen de este presente nuestro, de este universo
en el que regentea la canalla, la ignorancia, la vulgaridad, el crimen
y también la estupidez, por supuesto. Antonio de la rabia y de la idea,
nada queda. Todo se agotó. Lo mataron y esquilmaron todo. Como
no resta sino gentuza y lodo y cuatro orates en la claustral biblioteca.
Descansa, túmbate, no pienses, no digas, duerme. Rompo la foto. Y
lloro.
LUIS ANTONIO DE VILLENA, Imágenes en fuga de esplendor y tristeza, Visor, Madrid, 2016, pp. 144-145.
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