[…] a media noche entró en el bar el marroquí que pasa a diario con su cargamento de linternas alfombras relojes de imitación (relojes bastardos de mil marcas girard perregaux tisot paul versan cartier sandoz omega potens mont-blanc, detesto los relojes, los relojes de pared de carillón de arena de sol de pulsera de agua de leontina los de los ayuntamientos y campanarios analógicos y digitales los despertadores, sus marcas suenan en mis oídos como los mil nombres de satán, tagheuer beaume and mercier zenith festina movado seiko casio lotus valentín ramos longines viceroy breil citizen rolex vacheron swatch patek raymond weil: quizá esos relojes falsos midan el tiempo de otra forma, acaso las personas que lleven en sus muñecas relojes auténticos y caros —armani rolex cartier— vivan más que quienes emplean relojes de imitación comprados a incansables marroquíes, a lo mejor los que no usamos reloj estamos muertos, como las personas descalzas, una persona descalza es una persona muerta, una persona sin reloj es una persona sin futuro, ni pasado, ni presente, una persona sin tiempo) pulseras camisas y perfumes de marcas falsificadas saluda —laila tiaba— y deja la mercancía encima del frigorífico de los helados como los restos de un sueño, como las miserias que el mar devuelve a la playa tras el naufragio, habló de tánger, de una mujer, de un cementerio, za’oga—dijo—--y ann lazinak —dijo——y yo pensaba en otra mujer mientras bebía y escuchaba al escritor
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