LA PRIMERA VEZ
Fue verlo entrar y empezaron con las señales de una esquina a otra de la barra. Traía en la mirada la timidez del principiante, el escalofrío del que está a punto de descubrir el sabor de la primera carne.
La rubia, que se hacía llamar Caty, saltó la primera, provocándole con una de sus manos, cerca del bulto.
Con la otra sostenía el cigarrillo:
—¿Qué, de estreno?
Él se fijó en la boquilla manchada por el carmín, en las uñas postizas, en los disparos de humo directos hacia la luz de color. Estuvo a punto de decir algo, pero el nudo en el gaznate le impidió articular palabra. Es cuando la mano de Caty se precipita a la cremallera, con viejo oficio, y pone los ojos en blanco, parpadeando, dando a entender a las demás lo que el joven cargaba.
—¿Cuánto años tienes, guapo? —le vino desde atrás aquella a la que llamaban Carla; pelo de mechas, ojos y labios recién pintados igual a una vampira del cine de terror, pero con medias de rejilla y un abrigo de pieles, a la manera de capa. Viene dispuesta a chuparle. Pero el joven hace un aspaviento, manifestando que poco o nada quiere de ella. Ni de ninguna. Es cuando se recompone, toma aire, va y suelta:
—Me llamo Pedro y vine aquí a conocer a mi madre, pues me dijeron que aquí trabaja.
MONTERO GONZÁLEZ, Polvo en los labios, Lengua de Trapo, Madrid, Madrid, 2012, p. 51.
1 comments:
Mi primera vez aquí, o la segunda. Brillante!
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