EL CARACOL
Lentamente sube por la rama utilizando los sutiles periscopios de sus cuernecillos táctiles.
¡Tienta, tienta; levanta la cabeza y otea los alrededores! ¿Te hacen falta gemelos de campaña?.
Su discurso, intermitente y medroso, dice:
«No hay nadie; parece que no hay nadie. Y el piso es firme. ¡Ay! Ya me di en el ojuelo de la antena, que se ha contraído y enfundado en la cabeza.
¿Me verán? No hay nadie. Para escurrirse tácitamente la baba es buena, pero es delatora, aunque el viento la oree. Deja unos cristalinos traicioneros. Me van a descubrir, me van a descubrir. Será mejor ocultarse.»
Y se mete en su concha para que no le vean. Pero el pobre tímido, suspicaz y medidor de movimientos, agítase de tal modo al recluirse, que cae con su cascarón desde el árbol a un banco de cañas, moviendo un ruido hueco y alarmante.
Un chico le coge, le mira y le estrella contra la pared.
JOSÉ MORENO VILLA, Evoluciones, Calleja, Madrid, 1918, página 108.
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