Arlette salió a la cocina para preparar un pastel que debía meter en el horno. Estuvo ausente diez o quince minutos. Al volver a la sala, Edmond Jabés estaba muerto donde lo había dejado, en la butaca del fondo frente a la puerta, al lado de la figura de madera hecha por Piera Rossi, sefardita y prima de Arlette.
Estaba leyendo, al morir, el último poema de un cuaderno de Michel Leiris titulado Fissures (Fourbis, 1990). El cuaderno, de cubiertas rojas, había caído de su mano, abierto en la página del texto final. Lectura última:
Pautado,
fijado,
cercado, nada es ya nada
cuando ya nada está en suspenso.
Leiris, a quien yo había conocido en La Habana en 1968, murió a fines del verano de 1990, algunos meses antes que Edmond Jabès. Entretanto, el último deseo de éste fue venir a España, tal vez en busca de su más distante origen. Viajó en octubre de 1990: Sevilla, Granada, Córdoba, Madrid. ¡Córdoba: la sinagoga!
Poco tiempo antes de morir en 1991, Jabès contó a Arlette que había soñado con un día luminoso de París, en el que se iba a pasear al jardín del Luxemburgo y se encontraba allí con Leiris, que lo abrazaba alegre, sonriente, y exclamaba: —¿Quién iba a decir que nos volveríamos a ver tan pronto?
JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997, pp.
33-34.
Escultura: Piera Rossi
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