GUERRA
2011. Una mujer en Holanda recibe una carta del comandante de la Marina. En ella se le comunica que han sido hallados los restos del KXVI que en 1941 fue alcanzado en Borneo por un torpedo japonés. Su padre, Wim Blom, fue uno de los oficiales a bordo de la nave. Al fin la mujer sabe con certeza cómo murió su padre. Se llama Katja Boonstra y es miembro de la junta directiva del Comité de familiares de los fallecidos en submarinos 1940-1945. Esa guerra no concluirá hasta que haya dejado de existir la última persona que la vivió. La mujer le comenta la noticia a una amiga cuyo padre perdió la vida en esa misma nave. La amiga cuenta que leyó la carta en voz alta a la fotografía de su padre. Veo la escena: una mujer mayor, en una silenciosa sala de estar holandesa, leyéndole una carta al retrato en blanco y negro de un muerto ataviado con el uniforme de la marina. El mundo como una infinita sucesión de visiones.
1935. Una nave alargada y estrecha, a todas luces un submarino, se encuentra anclada en aguas tranquilas, cerca del muelle. Se ve que es el trópico por los árboles que asoman detrás de los edificios del puerto y por los uniformes blancos de la tripulación apostada en la cubierta, oficiales y marineros. Es la llegada del KXVI de su Majestad a las Indias Neerlandesas. Seis años después, la nave recibirá la orden de dar caza, frente a la costa de Borneo, a los cruceros y cazas japoneses que tratan de conquistar los campos de petróleo de Borneo. Junto con el KXIV y el KXV vigilan de cerca las naves enemigas que navegan en convoy con diez buques de carga. El conflicto estalla en Nochebuena. El KXVI sigue al cazasubmarinos Sagiri y lo hunde. Luego persigue al Murakamo, que logra escapar. Al día siguiente, Navidad de 1941, un submarino japonés, el 166, descubre un sumergible holandés navegando por encima de él y abre fuego. El KXVI se hunde, nadie se salva. Al cabo de muy poco tiempo, el 166 sufre el mismo destino y es hundido por un submarino inglés. El capitán de esa nave se llama William King. Un barco holandés torpedea un barco japonés.
Un barco japonés destruye un barco holandés y es hundido por un barco inglés. Guerra.
2011. Un pescador en Borneo informa a unos buceadores australianos de que ha localizado los restos del submarino a sesenta millas de la costa. Inician la búsqueda y encuentran el KXVI a cuarenta metros de profundidad.
2003. Un japonés deposita un ramo de flores en el monumento de la Fuerza de Submarinos en el puerto militar holandés de Den Helder. El hombre era hijo de un tripulante del 166 y quiere manifestar su arrepentimiento por lo que su padre se vio obligado a hacer en la guerra. Esa noticia llega a oídos de Katja Boonstra. Ella invita a cenar al japonés y más tarde viajan los dos a Inglaterra, a la finca de William King, el comandante británico del barco que torpedeó al 166, y ahí plantan un árbol. Le echo otro vistazo a la fotografía de 1935, la estrecha nave, los hombres en fila vestidos de blanco. Uno de esos hombres es Wim Blom, pero la distancia en que fue tomada la foto no permite a su hija reconocerle entre el resto de las sombras blancas. Y el mar no tiene ojos ni puede ver nada. Solo la imaginación es capaz de ver. Dos naves a una gran profundidad, el objeto metálico, oblongo y letal, que abandona una nave y penetra la otra. El lento camino hacia el fondo del mar, el lento balanceo, la muerte.
CEES NOOTEBOOM, Cartas a Poseidón, Siruela, Madrid, 2013, pp. 138-139.
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