Mujer, no crezcas tanto que mates el paisaje.
No agigantes tu cuerpo hasta ocultar
las albas, las tormentas, los celajes, las flores
silvestres, las gaviotas... Sobre todo el mar. Crece
recostada a mi lado, en abrazo hacia adentro
de la mirada núbil de la tierra. No cierres
con portazos de niebla el horizonte mío.
Sé invisible. Que el ojo que busca las montañas
no tropiece en tus pechos -como árboles plantados
justo enfrente, y enormes, de la ventana—, se ciegue
queriendo atravesarte, enloquezca creyéndote
montaña o simplemente se olvide de mirar.
JESÚS AGUADO, Mendigo, Renacimiento, Sevilla, 2008, p. 25.
&
Kansuke Yamamoto
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