EL MENDIGO
Un perro de lanas, sucio y grasiento como él, lo acompaña siempre. Sobre un cartón destartalado coloca una escudilla y al lado, en desorden, una ristra mugrienta de trastos inservibles. La gente apenas le arroja monedas cuando pasa a su lado. Verlo tan arruinado y envejecido es una cosa triste. Cuando llueve o hace mucho frío en la calle, se refugia en un bar, bebe un coñac y no habla con nadie. Cada mañana, camino del colegio, mamá y yo pasamos por su lado. Ella me agarra fuerte de la mano y dice que no lo mire, que ya no es mi padre.
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Chris Conde
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