EL TÍO DEL IMPERMEABLE NEGRO
No acababa de comprender qué le pasaba a aquel hombre largo, largo, siempre con traje claro y con unos bigotes como dos cuernos en su rostro agudo y alargado. Era un hombre triste, equivocado en todas las cosas, y que no hacía falta en la vida, ninguna falta...
No se alimentaba de la vida aquel hombre; no aceptaba su parte de aire, de luz, de vida, algo que no es el alimento, ni el agua, ni la medicina.
Aquel hombre parecía el hombre metido en un canuto.
—Asómese más al balcón —le dije yo, por decirle algo, sin acabar de comprender en qué podía consistir su mal.
El hombre largo, de bigotes como cuernos de cabra de los Pirineos, señalaba atrozmente las arrugas que tenía a ambos lados de su boca, desde las comisuras de la nariz, cuando hablaba de su enfermedad.
Sólo el día que le vi por la calle, corriendo por ella, bajo un cielo despejado, con un impermeable negro, me di cuenta que era ese hombre de negocios que se pone el impermeable todos los días y se ahoga dentro de su impermeable, porque, además su impermeable es como de piel de foca, negro, abrumador, apagador de la vida, gran creador del reuma.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, El doctor inverosímil, Destino, Barcelona, 1981, p. 75.
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