Era un caballo que se movía exactamente como se mueven los caballos del juego del ajedrez.
Dos pasos en una dirección, seguidos de un paso lateral.
Acababa las carreras cinco horas después de que el último espectador se hubiese marchado.
Para las carreras estaba claro que no servía, y era demasiado grande para que lo aceptaran en un tablero de dimensiones oficiales.
El dueño se vio obligado a sacrificarlo.
El animal era resistente. Hicieron falta tres tiros. Dos en una dirección, y el tercero en sentido lateral respecto a estos.
GONÇALO M. TAVARES, El señor Brecht, Mondadori, Barcelona, 2007, p. 40.
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Elke Rehder
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