La literatura se parece más a un accidente geológico que a un oficio
artesano. Los libros son estalactitas maduradas letra a letra, hasta que
la acumulación de sedimentos fabrica una roca. Un escritor está hecho
sólo de paciencia, su trabajo consiste en preservar la cueva que gotea.
Un fotógrafo, en cambio, sabe lo que va a contar su foto antes de
dispararla. Sólo tiene que preparar la escena y combinar los elementos
que confirmen el mundo que desea ser confirmado. Año tras año, la
fotografía halaga los prejuicios de quienes la miran. Observad, les
dice, así es el mundo, tal y como pensabais que era, en copia mate de
diez por quince. Es un orden que preexiste al disparo, diseñado en una
cabeza lógica que cree que la vida tiene razones que pueden revelarse.
Un buen fotógrafo no busca sorpresas, sino confirmaciones. Y, de todas
las formas posibles de divulgación de prejuicios, la fotografía bélica
es de las más zafias.
SERGIO DEL MOLINO, Lo que a nadie importa, Mondadori, Barcelona, 2014, p. 58.
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