Muerte, puedes venir. Está la puerta abierta, puedes venir. Déjame solamente solucionar unos problemas todavía pendientes, pero entre los que no está el de existir. Realizado lo posible de lo que en retórica se llama el «sueño», su imposible, que también está ahí, ¿vale la pena que sea el de un paralítico? ¿El de un gagá? Muerte, no hagas cumplidos. Lo he agotado todo, puedes avanzar. La energía de ser viviente, las relaciones viables con los que fueron otros para mí, las ideas aprovechables que llamaron al lugar en el que podían ser y se quedaron, etcétera, etcétera, todo se ha cumplido. Llega un momento en el que lo invisible y repentino nos toca levemente en un hombro. Es cuando entre nosotros y la vida se interpone lo inesperado de la extrañeza, del hablar lenguas diferentes, de ver que la señal de paso de nosotros a nuestra circunstancia no nos proporciona un tránsito fácil y normal. Cada edad trae consigo un todo en el que se integra y con él avanza por la vida. Nuestra búsqueda y el estar bien con la gente de nuestra edad es la búsqueda de una patria común con un sistema integrado de relaciones. No es necesario que los demás nos avisen para que nos obsequiemos con el llegar hasta allí. Ya lo sabemos. Incluso en la mirada distante que hay en el respeto. Ya es el respeto que se tiene por el muerto, para alejar el mal augurio. Qué distancia tan enorme. En los intereses inmediatos, en los libros, en las formas de arte, en las ideas políticas, en el modo de ser, en la banalidad cotidiana. Ya nadie nos da guerra, como mucho nos ponen en ridículo, cuando no sabemos ocupar nuestro lugar. O cuando sí sabemos y somos comprensivos, apenas nos dan la buena educación. El aire que se respira, la ocupación de nuestro espacio para que nuestro tránsito se alterne con el de los demás, nuestro hábito maníaco de existir son beneficios a los que ya no tenemos ningún derecho. El ser que somos y el que acumulamos en él son nuestras reservas para irnos gastando. Pero la extrañeza con la que nos miran revierte en nosotros, en nuestra soledad, en lo impracticable de nosotros mismos. Imaginemos un hombre medieval devuelto a la vida. El viejo es eso, como amenaza o como inicio. La muerte no es un flagelo, sino la ratificación de lo que ya fue decidido. La muerte apenas suscribe lo que ya somos como excedente. Sólo hay que dejarla firmar deprisa nuestro destino, que ella tiene más cosas por hacer. Muerte, puedes venir. No hagas cumplidos. Pero sé educada y no me marees demasiado.
VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 38-39.
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Wolfgang Stiller
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