El escritor ruso Antón Pávlovich Chéjov nació en 1860, pero a la edad de veintinueve años, es decir, en 1889, supo que padecía tisis y, en consecuencia, que su vida sería corta. Era médico, y conocía hasta dónde podía llegar y hasta dónde no la medicina de su época. No se equivocó: murió quince años después. Propongo entender su obra literaria en torno a la luz de ese dato. Durante ese periodo escribió cerca de cuatro mil cartas; en el corto plazo de dos años, de 1889 a 1891, publicó quinientos ochenta y ocho relatos; escribió obras dramáticas, hizo una gira por Europa. emprendió un largo y penoso viaje por su cuenta y riesgo a la remota isla de Sajalin, la antigua colonia penitenciaria más grande de Rusia, para posteriormente escribir un estremecedor relato de su visita...
Mi pregunta es: ¿no haría todo lo que hizo porque sabía que le quedaba muy poco tiempo? Por ejemplo, Máximo Gorki, con quien mantuvo una intensa relación epistolar, vivió sesenta y ocho años, pero sin saber cuánto tiempo viviría. Y eso es lo que me preocupa: ¿cómo repercute en el ser humano saber más o menos el plazo que se le ha otorgado de vida en este mundo? ¿Le ayuda a entender mejor su época o, por el contrario, le provoca una especie de urgencia obsesiva que le impide afianzar sus raíces sobre la existencia y empatizar con los problemas de sus contemporáneos?
La depuración estilística de Chéjov es puro fruto de su talento; pero ¿el enfoque directo y sin adornos de su lenguaje no será consecuencia de que se sabía con poco tiempo? Los sufíes dicen: «Vive frente al hombre como si tuvieras toda la vida por delante, y frente a dios como si fuera tu último minuto», pero creo que quien se sabe en las vísperas de su muerte vive contrariamente a la opinión sufí: entregará frente al hombre lo que una vida entera puede dar, porque luego ya habrá tiempo —una eternidad— para estar con dios.
El escritor alemán Hermann Hesse vivió ochenta y cinco años. Escribió una cantidad innumerable de cartas, y nos dejó este mandato: «Quien vive de lleno el tiempo que le ha tocado, difícilmente alcanza a entenderlo». Porque, quizá, sólo cuando ya ha pasado se puede hacer un resumen certero; pero entonces puede que sea tarde, y para que así no suceda, la única opción que nos queda es vivir como si ya nos hubiéramos ido. Esto, sin embargo, anula parte de la noción del tiempo: si hay que esperar al último día para entender el sentido de la vida, restar ese proceso de espera despierta un sentido nuevo, que nada tiene que ver con el paso lógico del tiempo. Quizá por eso siguen vivos, cien años después, los cuentos de Chéjov: porque entendió que la vida es sólo el soplo de un futuro desganado en el presente.
PAKO ARISTI, Tres cuadernos y un destino, Bassari, Vitoria, 2007, pp. 130-131.
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