Podemos imaginar dos tiendas contiguas, una de anticuario y otra de quincallero. La vitrina del quincallero expone baterías de cacerolas de brillante aluminio con mangos de baquelita negra. Por muy deslumbrante que resulte esa vajilla, está claro que toda su vocación es la de servir. Su razón de ser es la cocina, con sus rudezas, el fuego, las salsas, las agresiones del fregado. Son objetos de uso que sólo valen por su utilidad, y que se gastan y luego se tiran a la basura y se sustituyen.
El anticuario también expone cacerolas. Pero de cobre macizo, con la superficie finamente gravada por la mano de un artesano del siglo XVII. No pueden ir al fuego. No sirven para nada. Son más ideas de cacerola que auténticas cacerolas.
Lo mismo ocurre con las palabras, según las encontremos en un texto en prosa o en poema.
La razón de ser de la prosa es su eficacia. Dice Jean-Paul Sartre: «La prosa es utilitaria por esencia; yo definiría al prosista como un hombre que utiliza las palabras. Monsieur Jourdain hacía prosa para pedir sus pantuflas, y Hitler para declarar la guerra a Polonia.» Añadamos que ni uno ni otro dudaban de la eficacia de sus palabras. Monsieur Jourdain sabía muy bien que, después de que hubiera hablado, le traerían sus pantuflas, y Hitler que sus divisiones invadirían efectivamente Polonia. En cuanto el efecto estaba conseguido, estas órdenes se volvían caducas y desaparecían ante su propia eficacia. Como las cacerolas del quincallero, la prosa se precipita hacia su propia destrucción.
Muy distintas son las palabras de la poesía, que siempre aspiran a la eternidad. La métrica y la rima se justifican por sus virtudes mnemotécnicas. Pues la vocación del verso es la de ser aprendido de memoria y recitado en todo momento, eternamente.
Paul Valéry reprodujo este diálogo entre el dibujante Degas y el poeta Mallarmé. «Tengo un montón de ideas en la cabeza—decía Degas—, yo también podría escribir poesía.» Y Mallarmé respondió: «Pero querido amigo, la poesía se hace con palabras, no con ideas.» Pues es la prosa la que parte de una idea. Monsieur Jourdain tiene primero la idea de ponerse las pantuflas, y Hitler de invadir Polonia. Después hablan de acuerdo con sus ideas.
En poesía, la palabra viene primero. El poema es un encadenamiento de palabras según su sonoridad y según ciertos ritmos. Las ideas que vehiculan son secundarias. Siguen como pueden. «Comprender» la prosa es captar las ideas que la dirigen. «Comprender» un poema es dejarse invadir por la inspiración que de él emana. La limpidez y la precisión, que son los valores de la prosa, en poesía ceden el paso a la emoción y a la fuerza evocadora. De ello se desprende también que en la prosa siempre se pueden cambiar las palabras—y especialmente traducir el texto a otra lengua—, con la condición de respetar la idea, mientras que un poema es siempre solidario de las palabras que lo componen, y no puede pasar de una lengua a otra. Un poema y su pretendida traducción a otra lengua son dos poemas con el mismo tema.
Se puede expresar la misma idea utilizando los conceptos de fondo y forma. Diremos que en la prosa el fondo y la forma son fácilmente disociables, pues el mismo contenido puede traducirse de maneras distintas, mientras que en la poesía no puede distinguirse entre forma y fondo, pues la forma sirve también de fondo y el fondo se confunde con una forma determinada.
Cita:
Cabría asombrarse de que los pensamientos profundos se encuentren en los escritos de los poetas más que en los de los filósofos. La razón de ello es que los poetas escriben con los medios del entusiasmo y la fuerza de la imaginación: hay en nosotros semillas de ciencia, como en el sílex, que los filósofos extraen con los medios de la razón, mientras que los poetas, con los medios de la imaginación, los hacen surgir y brillar más.
RENÉ DESCARTES, Cogitationes privatae
MICHEL TOURNIER, El espejo de las ideas, Acantilado, Barcelona, 2001, pp. 165-167.
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Edgar Degas
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