—¿Dónde has dejado los zapatos?—gritó la chica a su hermano pequeño, un crío de ocho años que encogía los pies ateridos por el frío en un rincón del vagón.—¡Nunca cuidas de tus cosas, eres un desastre!—le abroncó mientras el tren llegaba al campo.
Entonces los separaron y jamás se volvieron a ver. El niño no sobrevivió. La chica, hoy una anciana, se hizo una promesa: «Nunca volveré a decir nada que quede como la última cosa que dije.»
MANUEL ESPADA, Zoom, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2011, p. 129.
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