viernes, 6 de diciembre de 2013

[LOS JAPONESES SON LOS JAPONESES...], José Jiménez Lozano



   Los japoneses son los japoneses, y, cuando topamos con su mundo, nos maravilla tanto su extremado refinamiento artístico y su impresionante sencillez y amor a la belleza, como nos desconcierta su supersenequismo ante el dolor y la muerte. Y la historia que, entre muchísimas otras, cuenta Maurice Pinguet, en su excitante libro sobre La mort volontaire au Japon, acerca del sepukku del almirante Onissi después de la derrota del Japón en la Segunda Guerra Mundial y la declaración del emperador renunciando a su divinidad, me ha hecho soñar.
   Apenas el emperador leyó tal declaración, fueron muchos los que vinieron hasta Palacio, se inclinaron ceremoniosamente, se arrodillaron sobre la arena de la gran explanada, y lloraron. Y una treintena se suicidaron allí mismo. Esa misma tarde, el almirante Onissi invitó a los oficiales de su Estado Mayor para decirles adiós, y hacia las tres de la mañana, ya en su intimidad, tomó un sable, y se abrió el vientre con dos incisiones en forma de cruz, esto es, de izquierda a derecha y luego de arriba abajo, que por lo visto es un modo ritual que se llama júmonji, y es una variedad del sepukku, que de ordinario es una incisión profunda en el vientre, en sentido horizontal. Se le encontró al amanecer todavía con vida en medio de un charco de sangre, y algunos amigos acudieron a verle, y él les pidió que ahorraran sus vidas para servir al país. Y fue entonces cuando se encontró su poema de adiós:

En el cielo limpio, sin nubes, luce ahora la luna.
La tempestad ha terminado.

   Maurice Pinguet comenta que Onissi, —el promotor del Tifón de los dioses, consagraba su último pensamiento a la serenidad— Y esto se dice o se escribe pronto, pero tal belleza y serenidad de un poema, momentos antes de que uno vaya a sacrificarse tan dolorosamente además, nos deja muy pensativos y perplejos.


JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Los cuadernos de letra pequeña, Pre-Textos, Valencia, 2003, pp. 43-44.