sábado, 24 de diciembre de 2016

EL ÁRBOL DE LA VIDA, Manuel Vilas

EL ÁRBOL DE LA VIDA
(Navidades de 2006)

   Mezclo vivos y muertos en estas fechas. Mezclo aftershave caro con colonia aún más cara en estas fechas. Pienso en los treinta millones de euros que llevo ganados este año y me río y gozo pensando en las viudas españolas que tienen pagas de 400 euros mensuales. Las imagino comiendo turrón Eroski y una gran risa me quema los pulmones con el gas blanco de la felicidad. La nochebuena la paso en un apartamento de Manhattan de trescientos ochenta y nueve metros cuadrados sin contar las terrazas, las enigmáticas terrazas bajo la luna indiferente. Doy una fiesta para judíos exquisitos y hablamos de Faulkner y de Dante. Luego arrojo a uno de esos judíos por la ventana desde un piso 90. La nochevieja la paso en la Suite Castellana del antiguo Hilton de La Habaña, y charlo con Fidel sobre Camilo Cienfuegos y sobre Ernesto —los muertos santos a quienes jamás alcanzará el desencanto—, bandejas revolucionarias llenas de frutas tropicales con ventanales frente al mar y larga nostalgia del Che, que jugó en esta suite del piso 22 al ajedrez con byroniana sonrisa. Hablo un rato con Benedicto XVI desde La Habana y le pregunto por el fin del mundo, y él se ríe, conoce mis bromas. «Está llegando», me dice Beni,«tienes vida eterna asegurada, no te preocupes», añade. destinos pasillos del Vaticano con Dios al fondo, en la triste negrura de las alcobas diamantinas. La noche de Reyes la paso en París en la suite «Chopin» del Ritz. Aún queda algo suyo aquí, alguna bacteria fosilizada de su también fosilizada tuberculosis. Nada de España nunca en estas fechas, que me deprime. Aunque hablo con el Rey de España el día de Año Nuevo. «Debes coronarte emperador, como hizo nuestro amadísimo Hiro Hito, cuanto antes, esa gente no se merece otra cosa». Me duele no poder hablar ya con Stalin, cuánto lo añoro. No soporto el aburrimiento del mundo. Estas son fechas terribles. Pues ya no hay nada sobre la tierra. Sólo hay autopistas, policías y semáforos. Millones de semáforos en rojo. Semáforos fabricados en polígonos industriales de las circunvalaciones en torno a Munich, a Madrid, a Moscú, a Manchester y a Milán. Nada hay más que semáforos, llevamos millones de años esperando que cambien de color. Sólo hay electrodomésticos y asalariados y chinos y chatarra y ruedas vacías, sin aire adentro, ruedas descendidas de las nubes aún más vacías, nubes sin líquidos, nubes llenas de la basura caliente que vino de la tierra. Ninguna revolución a la vista. Ninguna clase social tratando de salir de la mugre. Esta mugre inmensa. No hay fusilamientos de tiranos. No hay ni tiranos. No hay violaciones de las hijas adolescentes de las reinas neuróticas. Hay presidentes de comunidad de vecinos. Este aburrimiento universal. La gente cumple cuarenta años y luego cincuenta. Y luego se mueren y es como si nunca hubieran estado vivos. Ricos y pobres, vivos y muertos. El Mal me calienta el hígado.


MANUEL VILAS, Calor, Visor, Madrid, 2008, p. 16-17.
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Stephen Rosin