EL DOLOR
Érase una vez un faquir que se ejercitó durante meses para una importante actuación. En su debut, se tragó cinco espadas hasta la empuñadura, se comió unos trozos de vidrio como si fuesen mendrugos y se estiró sobre una alfombra de clavos mientras tres hombres saltaban repetidamente y sin piedad sobre su pecho y su abdomen.
Al acabar la función, mientras hacía modestas reverencias y el público lo ovacionaba con admiración, le hicieron entrega del clásico ramo de flores con que se obsequia a los artistas al finalizar su actuación. Eran rosas. Al tomarlas, se pinchó con una espinita y exclamó:
—¡Ay!— Apartó la mano, dejó caer el ramo sobre el escenario y se chupó el dedo.
Todavía frente al atónito público, el presentador le preguntó:
—¿Y eso?
Y el faquir respondió:
—Eso... no lo esperaba.
FERNANDO TRÍAS DE BES, Relatos absurdos, Urano, Barcelona, 2006, p.19.
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