martes, 21 de agosto de 2012

UN NOTARIO IRLANDÉS, Álvaro Cunqueiro


UN NOTARIO IRLANDÉS
        
   Un día de noviembre llamaron a la puerta del notario de Armagh.
   Lo llamaban para un testamento. Se embozó en su cuatremuz el letrado, y en una mula muy reducida y cristiana —de la Abadía de Beryl venía— se puso en viaje. Llegó a la casa donde yacía el enfermo, el testador, y la halló muy iluminada de velas de cera virgen. El portal, las escaleras y las habitaciones estaban abarrotadas de velas encendidas. El testador estaba en el lecho, y le dijo lo que sigue al señor notario de Armagh:
   —Estas luces son las Benditas del Purgatorio, a las que lego toda mi fortuna. Haced el testamento.
   Hizo el testamento el notario, todo él en letra inglesa, y firmó e1 enfermo, que, no más firmar, dio el alma a Dios. Del lecho brotó una lucecilla, y con todas las velas, con la luminosa compaña, voló. De testigos del testamento actuaron dos de aquellas velas, que, en lugar de la firma, dejaron caer dos gruesas gotas olorosas de cera.
        
ÁLVARO CUNQUEIRO, Flores del año mil y pico de ave, Seix Barral, 1990, p. 53.