Lo que distingue a la tiranía global actual es que no tiene rostro. No hay Führer ni Stalin ni Cortés. Su manera de funcionar varía de un continente a otro, y la historia local modifica sus modos, pero sus pautas generales son las mismas, una pauta de comportamiento circular.
La división entre los pobres y los relativamente ricos se transforma en un abismo. Se echan por tierra las limitaciones y recomendaciones tradicionales. El consumismo consume toda capacidad de cuestionamiento. El pasado se hace obsoleto. En consecuencia, la gente pierde su personalidad, su identidad, y entonces han de buscar y encontrar un enemigo a fin de definirse. El enemigo al margen de cuál sea su etnia o su religión siempre se encuentra entre los mas pobres. Ahí es donde esa pauta circular se transforma en un círculo vicioso.
Económicamente, el sistema produce, junto con riqueza, cada vez más pobreza, más y más familias sin techo, al tiempo que desde una perspectiva política promueve ideologías que articulan y justifican la exclusión y la eliminación posterior de las hordas de nuevos pobres.
Este nuevo círculo político-económico es el que fomenta esa constante capacidad humana para la crueldad que termina borrando la imaginación.
JOHN BERGER, El cuaderno de Bento, Alfaguara, 2012, p.85.
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