Maiakovski coincidió en casa de Elsa Kagan con la hermana de ésta, Lily Brik. Se hablaba de la detención de un argentino como presunto autor del robo de La Gioconda en el Louvre. Lo fantástico del caso, lo admirable, es que el ladrón no había robado la obra de Da Vinci para venderla por una fortuna a algún coleccionista que lo hubiera animado a perpetrarlo, sino para vender como verdaderas las veinticuatro copias que en los últimos años había pintado de La Gioconda. La única manera de venderlas como auténticas era robar la auténtica, y uno de los coleccionistas a los que se la vendió estaba untado por la Policía, era un cebo, y lo denunció. Trató de defenderse probando que lo que había vendido era una falsificación, lo que destapó su red de falsificaciones. Lo dejaron libre pero lo vigilaron estrechamente. La Gioconda auténtica había estado todo aquel tiempo debajo de su catre.
JUAN BONILLA, Prohibido entrar sin pantalones, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 49.
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