NARCISO 2050
Se deseaba demasiado. Ya no era posible esperar más tiempo. Su cuerpo temblaba anhelando la imagen que podía únicamente acariciar sobre el cristal.
Malditos científicos. Se suponía que aquella libertad para mutar testículos por ovarios y tetillas por senos debía ejercerse por placer. El mecanismo de transmutación genérica servía para amplificar las posibilidades del goce, no para inducir el sufrimiento.
Se miró nuevamente a los ojos. Sólo tenía que oprimir el lóbulo de la oreja; punto exacto en que se ubicaba el interruptor. Apretó los labios. Su sueño era imposible. Nunca podría poseerse, pero había que despedirse. Accionó el botón. Una corriente eléctrica sacudió su cuerpo. Las últimas partículas hormonales se reinstalaron en las células. El cabello, largo y sedoso, le cubrió la espalda. Admiró la perfección de sus caderas y acarició con la mirada la piel libre de vellos. Se dijo que se amaba. El puño se estrelló contra los labios que sonreían con amargura. Observó sus mejillas fracturadas.
Tomó un trozo de cristal que intentaba desprenderse de la imagen y lo hundió en el vientre con decisión. La falta de uno de los fragmentos propició la caída de los otros. Uno a uno cayeron al piso como haces de luz sobre la enrojecida superficie. Cerró los ojos y pensó en otr@s que, como él, caerían en la trampa. El inventor de aquella maravilla biotecnológica tuvo que haber vislumbrado, también, la destrucción de los espejos.
Angélica Santa Olaya
SERGIO GAUT VEL HARTMAN, Grageas, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Desde la gente, Buenos Aires, 2007.
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