jueves, 30 de junio de 2011

INSTRUCCIONES A GREGORIO SAMSA, Carlos Almira


INSTRUCCIONES A GREGORIO SAMSA

Cuando despiertes sobresaltado cerciórate, en primer lugar, de si eres una cucaracha o un escarabajo: en el primer caso te dirigirás al baño o a la cocina (o como mucho al patio lavadero); en el segundo, a la calle o al jardín, y con suerte a un huerto; averigua si eres un escarabajo común, pelotero, rinoceronte o áureo, es muy importante.

Si tienes que arrastrarte procura no volcar; pero si vuelcas, con toda calma trata de darte la vuelta (es inútil que agites las patas); y si aún así no puedes, pivota ágilmente sobre tu caparazón hasta que, girando como una peonza, des con un lugar seguro bajo algún mueble. Allí reflexiona sobre lo que mejor te conviene hacer.

Tus peores enemigos no son los perros, ni los gatos, ni los niños, sino tu propia desesperación y sobre todo tu añoranza. No pienses en lo que fuiste ni en lo que podrías haber sido, tampoco en lo que serás.

Con un poco de suerte, si perteneces al tipo áureo, encontrarás las dos alas disimuladas bajo la ridícula coraza.


CARLOS ALMIRA, Fuego enemigo, Nowevolution, Madrid, 2010, p. 51.

miércoles, 29 de junio de 2011

PARAÍSO, Bruno Gilbert


PARAÍSO

Cuando mi abuelo murió, me dijeron que se había ido al cielo... Adoraba a mi abuelo cuando venía a buscarme y nos íbamos a pasear.
Hay algunos recuerdos que no se olvidan.
La muerte es estúpida y a veces llega tan de repente...
Mi querido abuelo no era tan viejo como para irse al paraíso. Dicen que en el paraíso se está estupendamente, que allí todo es confort y modernidad. Que no hace demasiado frío ni demasiado calor.
En el paraíso ya nada puede hacernos daño. Pero ¿será a veces, aburrido? Seguramente un poquito, hacia mediodía.
¿Todo el mundo va al paraíso?
Sí, todos.
¡Anda, pues debe de haber mucha gente!
Entonces en el paraíso habrá ciudades, ciudades exactamente como las de aquí. Solo que transparentes y ligeras, deben de estar flotando allá arriba, en el aire.
Hay gente que piensa que, después de morir se renace bajo otra forma.
¡Sería estupendo si fuese cierto!
Con la condición de poder elegir...
Aunque a mi edad, no tengo ninguna prisa por renacer.
A veces, cuando miro las nubes me imagino que son mi abuelo.
Como si estuviese aquí, bien cerquita, y todavía pudiésemos hablar.
Algunos días grises, mi abuelo me dice que ame con pasión...
la vida.


BRUNO GILBERT, Paraíso, Los cuatro azules, Madrid, 2009.

martes, 28 de junio de 2011

[DE UN DÍA PARA OTRO...], Almudena Guzmán


De un día para otro
te conviertes en Gregorio Samsa.

Sólo te saludan las cucarachas como tú.

Las botas crujen cada vez más cerca.


ALMUDENA GUZMÁN, Zonas comunes, Visor, Madrid, 2011, página 17. 

lunes, 27 de junio de 2011

PANDEMIA, Ángel Zapata


PANDEMIA

Una mañana de octubre, tras varios años de experimentos, un sabio profesor inventa finalmente la leche que canta villancicos. Esa misma mañana, el empleado de la Oficina de Patentes toma el cacito con las dos manos, mira la leche con algo de aprensión, la tose encima, sin querer, y no se anda con contemplaciones:
—Lo primero, su invento es antihigiénico —le dice al sabio—. Es una auténtica porquería. No sirve para nada. Y lo segundo —mucho más grave, diría yo— es que esta leche desafina. Óigalo usted.
El sabio profesor pega la oreja a la leche, escucha el villancico que está cantando, y ve que el empleado tiene razón. Toda esa leche espesa, con rebordes de nata amarilla en la pared del cazo, no solamente desafina un poco, sino que arrastra algunas notas sin ton ni son, las columpia más bien, igual que las viejas cuando cantan en misa. Por un momento, el desconsuelo se pinta de tal modo en los ojos del sabio profesor, que el propio empleado de la Oficina de Patentes —un hombre rechoncho, con labios gruesos, de vaca— se ve en la obligación de darle ánimos.
—¿Quiere un consejo? —le dice tosiendo otra vez—. Mire: yo en su lugar inventaría un abrelatas. Es lo corriente. Es lo que todo el mundo inventa. Un abrelatas. Eso, o una mopa. ¿Usted nunca ha tenido tentaciones de inventar una mopa?
—No señor, nunca.
—¿Y un cuchillo de varios usos?
—Tampoco.
—¿Lo ve? En eso está su error, amigo mío. En que seguramente no echa en falta las cosas simples. Ahi esta todo. Quizá hasta menosprecia, sin saberlo, la felicidad de la gente sencilla.
—¿Usted cree?
—Naturalmente que lo creo. ¿Quiere una bolsa nueva para el cacito?
—Se lo agradecería.
—Pues aquí tiene. Y hágame caso, que yo con el consejo no me echo nada en el bolsillo. Un abrelatas. Una buena mopa. Cosas así. En confianza ahora: ¿a usted le gustan los villancicos?
—¿Hombre! Eso depende. Unos sí y otros no.
—Pues ya lo ve. Ya ve la gracia del invento, que ni siquiera a usted le hace feliz.
—¿Y si cuelo la leche y la dejo limpila y sin nata?
—Hágame caso, en serio. Olvídelo —concluye— el empleado.
Pero el sabio profesor, desconsolado y todo, es un hombre tranquilo, persistente, muy curtido en las adversidades. En más de veinte años de carrera, el sabio profesor ha inventado muchísimas cosa. Ha inventado cosas como el jersey que aplaude en la oscuridad, el buzón que le ladra al cartero, los besos con muletas, el acuario de luto, o el loro transparente que pronuncia palabras anfibias, subido en una percha de piedra pómez.
Por eso ahora, mientras recoge del mostrador la bolsa nueva con el cazo, el sabio profesor se recuerda a sí mismo que sólo es octubre. Piensa que aún faltan dos meses para que llegue la Navidad. Y que es posible perfeccionar su invento. Sobre todo piensa en la nata. Ve la nata en su imaginación. Saborea por dentro su gusto rancio y amarillo. «Le quito la nata y lo arreglo» se dice casi alborozado, al empujar la puerta de la oficina.
Luego cruza la calle.
Aprieta fuerte el asa de la bolsa.
Se pierde en el viento de octubre.
Dentro, al otro lado del mostrador, la tos del empleado se hace más bronca, más continua, y se va convirtiendo poco a poco en una especie de mugido.




ÁNGEL ZAPATA, Las buenas intenciones y otros relatos, Páginas de Espuma, Madrid, 2011 (2001),pp. 79,81.

domingo, 26 de junio de 2011

EN PLENA FUGA, Aurelio Asiain


EN PLENA FUGA

Con qué facilidad uno se embarca nuevamente hacia
el fondo, cómo corren
las aguas encendidas tras los párpados, los
pasos que fueron nuestra danza, cómo resuenan, giran
en el oído, vuelven
de lo negro a lo negro, cómo, con qué facilidad
uno se embarca nuevamente, se para a darle vuelta,
                                                                             uno
vuelve a poner el disco.

AURELIO ASIAIN, República de viento, Visor, Madrid, 1990, p. 25.

sábado, 25 de junio de 2011

EXAMEN: RESUMA EL CUENTO DE MONTERROSO, Manuel Espada



EXAMEN: RESUMA EL CUENTO DE MONTERROSO

El protagonista de esta historia es un ser en tercera persona somnoliento y anónimo, ya que el narrador (de carácter omnisciente) no menciona su nombre en ningún momento y acaba de salir de un período de fase REM más o menos largo (no se especifica, puede tratarse de siglos si contemplamos la obra como un relato de corte fantástico o una mera cabezada si es de carácter realista), suponemos que de naturaleza humana para que el contraste temporal y el extrañamiento en el lector sea efectivo y cause sorpresa, estupor, asombro, pasmo, desconcierto y confusión ya que si el protagonista es de naturaleza animal (y más aún si es contemporáneo como por ejemplo un pteranodón) no provocaría el mismo efecto, ya que la convivencia imposible entre el ser humano y el animal terrestre más grande que ha existido (con cabeza pequeña, cuello largo, cola robusta y larga, y extremidades posteriores más largas que las anteriores, y otros con las cuatro extremidades casi iguales, como el diplodoco) produce inquietud y turbación por lo anacrónico y extemporáneo de la imposible coincidencia, porque el hombre apareció en el planeta durante la era Cuaternaria y convivió con animales prehistóricos ya extintos como el mamut, pero el gran reptil que aparece en el texto habitó la Tierra en el período Jurásico, con lo que hay una diferencia de ciento cuarenta y cinco millones de años (cuando los continentes de Pangea comenzaron a separarse en diferentes bloques) entre la extinción del segundo y la creación del primero con barro o quizá con la costilla de Adán, porque, dado el machismo imperante en la Literatura, nadie ha contemplado jamás que la que despertó en el archiconocido y versionado (hasta la saciedad) microrrelato del autor guatemalteco (y sin embargo nacido en Tegucigalpa, capital de Honduras) y vio al dinosaurio fuese una mujer.


viernes, 24 de junio de 2011

UNA VOZ EN EL UMBRAL, Matías Candeira


UNA VOZ EN EL UMBRAL

Llevo imitando, desde hace algún tiempo, la voz de mi padre. Ahora llego a pronunciarlo todo con ese arrastre metálico de sus eses; como un fantasma, o un espía al otro lado de un teléfono sospechosamente intervenido. Sus eses, bajo mi paladar, moviéndose despacio en mi boca. Dios mío, a veces me cuesta diferenciarlas de mi propia voz. Si me lo pide el cuerpo, en mitad de la noche llamo con su acento del sur a los teléfonos eróticos. Les digo a esas mujeres que se quiten la ropa. Les ordeno que se toquen todo el cuerpo para mí; que me describan, lentamente, su forma de hacerlo. O puedo llegar —y nadie sabe lo terrible que es, nadie lo sabe— a emular su tono de tenor en la ducha. Canto sus óperas, sus malditas óperas, hasta la última nota que me queda en el cuerpo. Pero lo peor es que a veces no puedo remediarlo, y marco el número de sus antiguos amigos. Algunos llegan a balbucear, como si tuvieran vidrios dentro de la piel, y la mayoría de las veces no tardan en colgar el teléfono.
Madre es la única que siempre se queda respirando un buen rato al otro lado de la línea.
—¿Cómo has podido? -dice.
Y sé que nunca llegará a perdonarme.

MATÍAS CANDEIRA, Antes de las jirafas, Páginas de Espuma, Madrid, pp. 61-62.

jueves, 23 de junio de 2011

GOLONDRINA COMÚN, Antonio Cabrera

GOLONDRINA COMÚN
(Hirundo rustica)

Dorada herrumbre
de la tarde que un ala
limpia ha rasgado.

ANTONIO CABRERA, Tierra en el cielo, Pre-Textos, Valencia, 2001, p. 60.

miércoles, 22 de junio de 2011

[CALLE DE COMPRAS...], Luis Carril


Calle de compras
de una ciudad lejana.
Sólo yo solo.

LUIS CARRIL, El musgo que indica el norte, Ediciones Que, Albacete, 2009, p. 107

martes, 21 de junio de 2011

TÚNEL DE LAVADO, Javier Moreno

TÚNEL DE LAVADO

Más terrible que la de la pagoda
es la soledad
del túnel de lavado
(esa atracción accesible
cada pocos kilómetros)
Mientras deshago las palomitas
(esa otra nada) en el asiento
del piloto, imagino la cera
adhiriendo tu reflejo
listo para el secado
Algo que tiene que ver
de alguna manera
con reparar cierta noción
de objetividad
De nada valen los retrovisores
en medio de este cataclismo
Nadie nos dijo que así es la vida
que la ausencia
es un daño colateral
cobijado en fotografías
y ascensores
Estamos constituidos en un setenta
por ciento de agua, de lluvia
alguna vez
manada del cielo
Las lágrimas, concluyo
son nuestra naturaleza
Lo invisible del iceberg

Todo queda
como nuevo
después del secado


JAVIER MORENO, Renacimiento, Icaria, Barcelona, 2009, pp. 41-42.

lunes, 20 de junio de 2011

AUTORRETRATO, Manuel Villena



AUTORRETRATO

Da lástima la luna con todas esas cicatrices y la boca rota,
la nariz partida, las cejas sangradas,
y los dientes y los labios manchaditos de miel.
Tanta lástima como para que las corbatas,
vayan ellas, se desanuden, y sin pedirte permiso te abandonen,
vayan ellas y huyan al cielo
y enjuguen con la delicadeza de sus sedas tantas lágrimas.
Di tú que todos debiéramos saber
que pedir perdón no basta.

Manuel Villena

domingo, 19 de junio de 2011

UN AGUJERO EN LA PARED, Etgar Keret

UN AGUJERO EN LA PARED

En la avenida Bernadotte, justamente al lado de la Estación Central de Autobuses, hay un agujero en la pared. Antes hubo ahí un cajero automático, pero se estropeó o algo parecido, o quizá es que simplemente no se usaba, así que vino una camioneta con personal del banco, se lo llevaron y nunca más lo han vuelto a poner.
Alguien le dijo un día a Udi que si se pide a gritos un deseo en ese agujero de la pared, entonces se cumple, pero Udi no se lo creyó demasiado. La verdad es que una vez, cuando  volvía por la noche del cine, gritó en el agujero que quería que Dafna Rimlet se enamorara de él, pero no pasó nada. Y en otra ocasión, cuando se sentía terriblemente solo, se desgañitó ante el agujero pidiendo que quería tener un amigo ángel y, aunque es verdad que después apareció un ángel, no resultó ser precisamente un amigo, porque siempre desaparecía cuando realmente lo necesitaba. El ángel era delgado, encorvado y siempre llevaba puesto un impermeable para que no se le vieran las alas. La gente por la calle estaba convencida de que era jorobado. A veces, cuando se encontraban solos, se quitaba el impermeable y, en una ocasión, hasta permitió que Udi le tocara las plumas de las alas, pero cuando había otras personas en la habitación se lo dejaba siempre puesto. Los hijos de Klein le preguntaron un día qué era lo que tenía debajo del impermeable y él les dijo que llevaba una mochila con libros que no eran suyos, y que temía que se mojaran. La verdad es que se pasaba el día mintiendo. Le contaba a Udi unas historias que eran para morirse: de los distintos lugares del cielo, de personas que cuando se van por la noche a casa a dormir dejan las llaves en el contacto del coche, de gatos que no tienen miedo de nada y que ni siquiera saben lo que es zape.
Menudas historias se inventaba, y encima juraba por Dios que eran verdad.
Udi lo quería muchísimo, siempre se esforzaba por creerlo y hasta le prestó dinero alguna vez que lo vio en apuros. El ángel, por el contrario, no ayudaba a Udi en nada, sino  que no hacía más que hablar y hablar y contarle todas esas estúpidas historias. Durante los seis años que Udi lo conoció no lo vio fregar ni un solo vaso.
Mientras Udi estuvo haciendo la instrucción en el ejército y realmente necesitaba a alguien con quien hablar, el ángel desapareció de repente durante dos meses para después regresar sin afeitar y con cara de no—me—preguntes—nada.
Udi no se lo preguntó y el sábado se sentaron tristes y en calzoncillos en la azotea para calentarse al sol. Udi se quedó mirando las otras azoteas con los cables, los depósitos de agua y el cielo. Se dio cuenta de repente de que durante todos los años que llevaban juntos no había visto volar al ángel ni tan siquiera una sola vez.
—¿Y si volaras un poco? —le dijo al ángel—. Eso te animaría.
Pero el ángel le contestó:
—Deja, que me puede ver alguien.
—Anda, tío —dijo Udi—, vuela sólo un poco, hazlo por mí.
Pero el ángel se limitó a dejar escapar de la boca un ruido repugnante para después escupir en la azotea asfaltada un salivajo mezclado con una flema blanca.
—Déjalo —lo provocó Udi—, seguro que no sabes volar.
—Pues claro que sé —se enfadó el ángel—, lo que pasa es que no quiero que me vean. En la azotea de enfrente vieron a unos niños que lanzaban a la calle bombas de agua.
—¿Sabes qué? —sonrió Udi—, hace tiempo, cuando era pequeño, antes de conocerte, solía subir aquí a menudo a tirarles bombas de agua a las personas que pasaban ahí abajo por la calle. Les apuntaba justo cuando pasaban por entre las marquesinas —prosiguió Udi, inclinándose ahora sobre la barandilla mientras apuntaba con el dedo hacia el espacio que había entre la marquesina de la tienda de comestibles y la de la zapatería—. La gente levantaba la cabeza hacia arriba, veía una marquesina y no sabía desde dónde le había caído.
El ángel también se levantó, miró hacia la calle y abrió la boca para decir algo. De repente Udi le dio un empujoncito por detrás y el ángel perdió el equilibrio. No fue más que una broma, no quería hacerle nada malo, sólo obligarlo a volar un poco, por divertirse. Pero el ángel cayó los cinco pisos como un saco de patatas. Udi lo miraba atónito, tendido allí abajo en la acera. El cuerpo entero sin moverse y sólo las alas agitándose con una especie de último aliento de vida. Entonces comprendió finalmente que de todas las cosas que el ángel le había dicho nada había sido cierto y que ni tan siquiera era un ángel, sino solo un hombre mentiroso con alas.


ETGAR KERET, La chica sobre la nevera y otros relatos, Siruela, Madrid, 2006, pp. 34-36.

sábado, 18 de junio de 2011

MARINA (POSTAL KITSCH), Manuel Villena

 

MARINA (POSTAL KITSCH)
        las ondas, que mueven su vientre de plomo
                Rubén Darío

Llorosa la espuma chismorrea,
haciendo trenzas del reflejo de la luna
tamizado por la lluvia.

Es así como se acicala,
empolvando su naricilla respingona,
ante el más marino azul de tus ojos,
contemplando la estela de la gota de agua
que se hunde en el agua, o
contemplando
cómo las olas parpadean,
cubriendo y descubriendo,
bajo su blanco sombrero canotier,
sus crestas,
ante el paso majestuoso de miles y miles de ballenas,
siempre azarada,¡ay, ella!,
por el hechizo de tan magna belleza.

¿Quién no vaticinaría oír
palabras tan cursis
de boca tan coqueta?

viernes, 17 de junio de 2011

EL ERROR, Raúl Sánchez Quiles


EL ERROR

Oigo un grito terrible de mi hija. Corro hasta su habitación y la veo sobre la cama, señalando aterrorizada un extraño insecto que se arrastra por su alfombra. Sin pensarlo, lo aplasto con mis mocasines de verano. Me siento junto a ella, la acaricio y observo que el animal aún mueve una pata. Me agacho, lo miro de cerca y percibo un murmullo agónico: “¡Helfen! ¡helfen!”. Entonces entiendo todo. Acabo de matar a Kafka.


RAÚL SÁNCHEZ QUILES, Hiperbreves, S.A. (Sólo 175 microrrelatos), Baile del sol, Tenerife, 2010, página 15.

jueves, 16 de junio de 2011

[LA AMISTAD ES LA MÁS HERMOSA...], Carlos Marzal



La amistad es la más hermosa de las flores carnívoras.

CARLOS MARZAL, Electrones, Cuadernos del Vigía, Granada, 2007, página 29.

miércoles, 15 de junio de 2011

MADRID, Rubén Abella

MADRID

La brevísima reseña en prensa que se ocupó del caso hablaba de imprudencia, pero lo cierto es que Ana García no había cometido una imprudencia en su vida. Si hizo lo que hizo fue porque estaba cansada de que nadie la viera, de andar por el mundo como si estuviese hecha de aire, como si no existiera. Para sus compañeros de trabajo era un cero a la izquierda, en las cafeterías la servían tarde y mal, la gente olvidaba su nombre, se la saltaban en las colas, nadie recordaba su rostro. Vivía como un fantasma en un limbo invisible, un alma en pena en el purgatorio de la ciudad.
Así que si hizo lo que hizo no fue por imprudencia, sino para que la vieran. Cruzó la Castellana sin mirar para verificar que su cuerpo era real, que estaba hecha de carne, que existía.
Y el conductor del coche la vio.
Demasiado tarde, pero la vio.


RUBÉN ABELLA, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 95.

martes, 14 de junio de 2011

CAPILLA SCROVEGNI: LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO, Javier Moreno



CAPILLA SCROVEGNI: LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO
        
No es la memoria lo que comparten
ateridos
los miembros de la tribu
        
Es el olvido
        
Lo que queda de la voz
en la casa desamueblada
Un eco inhóspito
Un rumor enemigo
        
Unos puntos suspensivos en un libro
de historia pueden ser un siglo
Millones de hombres masacrados
en las trincheras, tantas sonrisas
santificadas por un beso
en la penumbra de una esquina
Tres puntos, tan sólo
        
Decir que todo cambia
que todo se repite
(es como todo)
no es sino moderada
licencia poética
        
Buda lo llama impermanencia

No nos une la certeza
sino el sin sentido
Por eso nos llenamos de fórmulas
de endecasílabos como pasto
para el gusano que otea el futuro
        
Cambia de canal
        
Es el mismo fuego
(sigue ardiendo Alejandría)
        
Leemos los signos
inscripciones sobre una lápida
sobre un azogue de osamentas
        
Alguien extiende su dedo y grita
levántate y anda

JAVIER MORENO, Renacimiento, Icaria, Barcelona, 2009, pp. 31-32.

lunes, 13 de junio de 2011

LOS NIÑOS, Ramón Gómez de la Serna




LOS NIÑOS

A los niños les mata cualquier cosa; pero también los salva cualquier cosa.
Una cosa que me ha dado un gran resultado con los niños y que utilizo muy a menudo, es una caja de música, de esas cajas de música que tienen como esencia de pinos o araucarias más que centenarios...Con esa caja de música bien empleada les retengo, les hago olvidarse de su antojo de echar los brazos a la muertepara irse con ella como con una tía que también quiere jugar con ellos.
En esta última temporada he salvado a más de cincuenta niños, con mi caja de música.

RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, El doctor inverosímil, Destino, Barcelona, 1981 (1921), paǵina 110.

domingo, 12 de junio de 2011

RUISEÑOR COMÚN, Antonio Cabrera



RUISEÑOR COMÚN
(Luscinia megarhynchos)

Comienza el canto.
Eterno, Keats lo escucha.
Se limpia el aire.


ANTONIO CABRERA, Tierra en el cielo, Pre-Textos, Valencia, 2001, p. 64.

sábado, 11 de junio de 2011

UN HOMBRE ASUSTADO PIDE QUE LE MIENTAN, Manuel Villena


UN HOMBRE ASUSTADO PIDE QUE LE MIENTAN

En cambio, ahora,
ese hipo cabezota se demora
besuqueando las estrías de la nalga
de esa carcajada remolona que bosteza,
riéndose de sí misma,
acaso riéndose del brillo soso de las agujas que,
clavadas en la garganta,
hacen calceta.
Y por mucho que la respiración contenga las ganas de llorar,
este tren llegará tarde a la estación de los vasos de agua.
Acurrucarse al lado,
hacer ademán de cuchichear al oído una mentira,
afilar la promesa más terrible con que herir,
adornar con una cicatriz el rostro,
estremecerse...;
todo vale,
vale tanto
como sacar la lengua.
Manuel Villena

viernes, 10 de junio de 2011

ROMPER EL CERDITO, Etgar Keret



ROMPER EL CERDITO

Mi padre no se avino a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.
—¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? —le dijo a mi madre—. No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.
Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, cuándo voy a aprenderlo. Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten de mayores en unos gamberros que roban en los quioscos porque se han acostumbrado a que todo lo que se les antoja se les da sin más. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un gamberro.
Lo que tengo que hacer, a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con telilla de nata es un shekel; sin telilla, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de manera que si lo sacudo hace ruido.
Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en monopatín. Porque, como dice mi padre, eso sí que es educar.
El caso es que el cerdito es muy mono, tiene el hocico frío cuando se le toca y, además, sonríe al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo mejor es que también sonríe cuando no se le echa nada. Además le he buscado un nombre, le he puesto Pesajson, como el nombre que tuvo nuestro buzón antes de que llegáramos nosotros, un buzón del que mi padre no conseguía arrancar la pegatina. Pesajson no es como mis otros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le suelten su líquido por la cara. Lo único que hay que hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la mesa.
—¡Pesajson, cuidado, que eres de cerámica! —le digo cuando me doy cuenta de que se ha agachado un poco y mira al suelo, y entonces él me sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe; es sólo por él por lo que me tomo el cacao con la telilla de nata todas las mañanas, para poderle echar el shekel por el lomo y ver cómo su sonrisa no cambia ni una pizca.
—Te quiero, Pesajson —le digo después—, y para ser sincero te diré, que te quiero más que a papá y a mamá. Además siempre te querré, pase lo que pase, aunque atraque quioscos.  ¡Pero si llegas a saltar de la mesa, pobre de ti!
Ayer vino mi padre, cogió a Pesajson y empezó a sacudirlo salvajemente del revés.
—Cuidado, papá —le dije—, vas a hacer que a Pesajson le duela la barriga —pero mi padre siguió como si nada.
—No hace ruido, ¿sabes lo que quiere decir eso, Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson en monopatín.
—¡Qué bien, papá! —le dije—. Un Bart Simpson en monopatín, genial. Pero deja de sacudirlo, porque haces que se sienta mal.
Papá dejó a Pesajson en su sitio y fue a llamar a mi madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola con una mano y en la otra un martillo.
—¿Ves cómo yo tenía razón? —le dijo a mi madre—, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que si, Yoavi?
—Pues claro —le respondí—, claro que sí, pero ¿por qué un martillo?
—Es para ti —dijo mi padre mientras me lo entregaba—, pero ten cuidado.
—Pues claro que lo tengo —le respondí, porque la verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi padre se impacientó y me espetó:
—¡Venga, dale ya al cerdito de una vez!
—¿Qué? —exclamé yo—. ¿A Pesajson?
—Sí, sí, a Pesajson —insistió mi padre—. Anda, venga, rómpelo. Te mereces ese Bart Simpson, porque te lo has ganado a pulso.
Pesajson me brindó la melancólica sonrisa de un cerdito de cerámica que sabe que ha llegado su fin. A la porra con el Bart Simpson, porque ¿cómo iba a darle un martillazo en la cabeza a un amigo?
—No quiero un Simpson —dije, y le devolví el martillo a mi padre—, me basta con Pesajson.
—No lo has entendido —me aclaró entonces mi padre—, no pasa nada, así es como se aprende, ven, que te lo voy a romper yo —alzó el martillo mientras yo miraba los ojos desesperados de mi madre y luego la sonrisa fatigada de Pesajson, y entonces supe que todo dependía de mí, que si no hacía algo Pesajson iba a morir.
—Papá —le dije sujetándolo por la pernera.
—¿Que pasa, Yoavi? —me respondió él, con el martillo todavía en alto.
—Quiero un shekel más, por favor —le supliqué—, deja que le eche otro shekel, mañana, después del cacao, y entonces lo rompemos, mañana, lo prometo.
—¿Otro shekel? —sonrió mi padre, dejando el martillo sobre la mesa—. ¿Lo ves, mujer?, he conseguido que el niño tome conciencia.
—Eso, sí, conciencia —le dije—, mañana —y eso que las lágrimas ya me anegaban la garganta.
Cuando ellos hubieron salido de la habitación abracé muy fuerte a Pesajson y di rienda suelta a mi llanto. Pesajson no decía nada, sino que, muy calladito, temblaba entre mis brazos.
—No te preocupes —le susurré al oído—, que te voy a salvar.
Por la noche me quedé esperando a que mi padre terminara de ver la tele en el salón y se fuera a dormir. Entonces me levanté sin hacer ruido y me escabullí afuera con Pesajson,  por la galería. Anduvimos juntos durante muchísimo rato en medio de la oscuridad, hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas.
—A los cerdos les encantan los campos —le dije a Pesajson mientras lo dejaba en el suelo—, especialmente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien aquí.
Me quedé esperando una respuesta, pero Pesajson no dijo nada, y cuando le rocé el morro como gesto de despedida, se limitó a clavar, en mí su melancólica mirada. Sabía que nunca mas volvería a verme.


ETGAR KERET, La chica sobre la nevera y otros relatos, Siruela, Madrid, 2006,pp. 13-16.

jueves, 9 de junio de 2011

NUEVAS GREGUERÍAS, Roberto Lumbreras

Las grutas están llenas de grifos mal cerrados.
***
Cuando amanece con niebla se sorprende a la ciudad entre sueños.
***
La rosa es un secreto rodeado de biombos.
***
Las tortugas nacen viejas y calvas.
***
La porcelana tintinea con monosílabos chinos.
***
Lo más muerto del pollo es la cabeza.
***
Las letras rusas se miran unas a otras porque no entienden nada.
***
Los pianistas pasan las hojas de la partitura con intriga por el final.
***
Bodegón de calabazas: bodegón atribuible a Rubens.
***
La foca se mueven con dificultad porque fue hecha para ser estático trípode.


ROBERTO LUMBRERAS

miércoles, 8 de junio de 2011

NUEVA ORLEANS, Rubén Abella


NUEVA ORLEANS

El atracador siguió pacientemente a su víctima, un alumno de la cercana universidad de Tulane, y aprovechando el parche oscuro de una farola rota le puso el cañón de la pistola en la cabeza.
—La chupa —exigió.
Durante varios segundos ambos permanecieron inmóviles en la negrura. De pronto el estudiante soltó los libros y emprendió una carrera desesperada hacia la luz. Oyó dos disparos en su huida. Uno se perdió en la noche. El otro le perforó la espalda y le hizo caer de bruces sobre el asfalto.
Al acercarse para recoger su botín, el atracador se percató de que el agujero de la bala había echado a perder la cazadora.
—¡Joder! —exclamó, mientras el estudiante escupía sangre.
Se fue por donde había venido, molesto con su mala suerte, esperando tener más éxito en el próximo atraco.


RUBÉN ABELLA, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 82.

martes, 7 de junio de 2011

LO QUE OCURRE EN LAS NUBES OCURRE EN NUESTRA CASA, Luis García Montero

LO QUE OCURRE EN LAS NUBES OCURRE EN NUESTRA CASA

No te voy a pedir el corazón que llevas
escondido debajo de tu ropa de invierno.
Solamente esperaba, como leña reunida,
para arder en el fuego que calienta tus manos.
Quiero entender tu noche, tu sed, tus libramientos,
tu vivir en las sílabas que componen tu nombre,
tu quedarte dormida, tu me voy a la cama,
tu silencio acostado, mi silencio acostado,
las cosas que me pasan cuando sueñas conmigo.

 
LUIS GARCÍA MONTERO, Un invierno propio, Visor, Madrid, pp. 130-131.

lunes, 6 de junio de 2011

LA SOMBRA DE LA DICHA, Juan Pedro Aparicio

LA SOMBRA DE LA DICHA

Era un autor demasiado celebrado. Envidiosos de su éxito, sus personajes lo mataron a puñetazos.

Juan Pedro Aparicio, El juego del diábolo, Páginas de Espuma, Madrid, 2008, página 10.

domingo, 5 de junio de 2011

DOS MENTIRAS PIADOSAS, Manuel Villena


DOS MENTIRAS PIADOSAS

Cómetelo todo,
que ahí viene ya el hombre del saco
con su sombrero cubierto de telarañas y los labios babosos
pintados de rouge.
Cómetelo todo,
que en la habitación de al lado la cólera juega a las mamás
con el delantal que acaba de arrojar al fango esa mujer,
y ya es hora de despertar a la belleza.

Manuel Villena

sábado, 4 de junio de 2011

AZAFRÁN, Juan Salmerón


AZAFRÁN

Sentadas alrededor de la mesa, las mujeres enhebran historias para olvidarse del esfuerzo de mondar la flor.
Las contracciones adelantan del corro a la primeriza. Es casi una niña. La estoy viendo: lleva el pelo recogido en el recato de un moño, el mismo que luce en la foto de su boda: su único retrato de juventud.
Ella piensa (yo lo sé, me lo ha dicho tantas veces) que, en nada, tendrá que destetar a la criatura para ir a la rebusca de la aceituna; que como el tiempo pasa pronto, pronto llegará el tiempo en que la niña (le palpó el vientre una partera) pueda ir a la escuela a aprender las cuatro reglas; y si no ella, piensa contrayéndose ante un dolor violeta y granate, tal vez la hija que su hija tenga sabrá elegir las palabras con las que poner en papel la historia que las mujeres no cuentan: esa de esta vida mísera que tiñe los dedos del azafrán con el que otros condimentarán su arroz.

Juan Salmerón

viernes, 3 de junio de 2011

LA TRISTEZA DEL MAR CABE EN UN VASO DE AGUA, Luis García Montero


LA TRISTEZA DEL MAR CABE EN UN VASO DE AGUA

No hay pues mujer más sola,
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste.

                                   PIEDAD BONNETT
        
        
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—

                                  RUBÉN BONIFAZ NUÑO



Los hombres tristes,
que tienen en sus ojos un café de provincias,
que no saben mentir como quien dice,
que se esconden detrás de los periódicos,
que se quedan sentados en su silla
cuando la fiesta baila,
que gastan por zapatos una tarde de lluvia,
que saludan con miedo,
que de pronto una noche se deshacen,
que cantan perseguidos por la risa,
que abrazan, que importunan hasta quedarse solos,
que retornan después a su tristeza
igual que a su pañuelo y a su vaso de agua,
que ven cómo se alejan las novias y los barcos,
esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
se parecen a mí.

LUIS GARCÍA MONTERO, Un invierno propio, Visor, Madrid, 2011, páginas 58-59.

FOTOGRAFÍA: CHEMA MADOZ

jueves, 2 de junio de 2011

[LA MUERTE ES...], Carlos Marzal

 
La muerte es la muerte de los demás.
La muerte nuestra es la muerte para los demás.

CARLOS MARZAL, Electrones, Cudernos del Vigía, Granada, 2007, página 27.

miércoles, 1 de junio de 2011

SU SOMBRA, Tomás Borrás


SU SOMBRA

Ese hombre que sale a paso lento, abatido, con manos a la espaIda, la cabeza inclinada, el traje en desorden, tiene una desesperación, se recocentra, parece que se dobla bajo un peso supenor al que puede soportar. Su sombra, cinco veces más alta que él, más escuálida, más rígida, camina a su lado resbalando sin rumor por la pared blanca. El hombre se detiene y su Sombra se para. Vuelve él lentamente la cabeza hacia ella con infinita lentitud y disimulo para que no se perciba el giro que la cabeza hce sobre su eje. Cuando su mirada toca a la Sombra, el hombre da un salto nervioso, se arroja la suelo, rompe a llorar. La Sombra desaparece.
Por fin él se incorpora y vuelve a marchar encorvado, roto. Su Sombra ya le sigue creciendo, creciendo, tan negra y tan abrumada como él, unos cuantos pasos.
El hombre se detiene y la increpa. Agita las manos, la enseña los puños amenazadores, se remueve con cólera ante ella, la fantasmal y desproporcionada. Su Sombra le contesta, amenazándole a su vez con sus larguísimos brazos de molino, con sus dedos desparramados como flecos, con sus piernas de espantapájaros. Ríe, fría y sin miedo, a cada movimiento que hace él. Se la nota la risa en el encogimiento de los hombros y en las oleadas de la barriga.
El hombre, huye.
Su Sombra, más veloz, le precede y le cierra el paso. Los dos se detienen frente a frente.
Él la golpea furioso, puñeando el vacío, traspasándola, metiendo todo el brazo dentro de ella, empapándose de ella, sin lograr apresada, porque su Sombra le moja como un agua negra, le cae, le chorrea y se quita sin dejar señal ni siquiera en el suelo, donde tenía él a sus pies un charco de Sombra negra bien pisoteado. Busca su rostro y la hiere locamente para saltarla los ojos. Pero su Sombra no tiene ojos, no tiene rostro siquiera, no tiene más que perfil y cuando él se detiene sudoroso, aparece el perfil ciego de su Sombra, la ironía de la nariz y del mentón, y la boca que absorbe ansiosa la luz (el aire de las sombras).
Lo que más le desespera a él es que su Sombra lo imite, convirtiendo todos sus gestos de armonía y de alegría en gestos tenebrosos y horriblemente desdibujados. Él era un hombre jovial, radiante, claro, confiado. Y de pronto, en la vida que él veía interminable, rosada, primaveral, ligera, se le presentó el signo fatídico de su Sombra —¡cuántas cosas significa!— y empezó a perseguirle, proyectando sobre él una gran zona de obscuridad y de melancolía que le apaga y le hunde.
Desde entonces pretende aflojar a su Sombra de él. La lucha dura mucho tiempo. Nada consigue sino excitar aún la terquedad de ella, que no le abandona más que cuando duerme.
¿Quién será, que se le parece tanto? El hombre la observa. Va vestida como él. hace exactamente sus mismos ademanes. ¿De dónde habrá salido? ¿Qué espíritu morará en ella? ¿Dónde estará el mundo de las sombras humanas? ¿Será él mismo, desdoblado? ¿Será un atorntentado? La maravillosa elasticidad de la Sombra sigue sus comentarios. Es asombroso cómo se reduce a un punto, cómo se achata y se abotija, cómo crece...
Piensa el hombre qué hacer, piensa una vez más en lo imposible. No ve, en sus cavilaciones, más que un remedio: matarse para matar a su Sombra. Aquella idea le produce mucha risa. ¡Ríe, no cesa de reír!
Con una botella vacía, finge que bebe. Finge que se emborracha mirando de reojo a su Sombra, que bebe asimismo, pero que bebe de una botella inagotable, siempre llena, a pesar de que el líquido debe de haber inundado todo su contorno, como el agua llena, ascendiendo, una vasija. Cuando ya la tiene bien borracha, el hombre trae una horca, y Sombra, tambaleándose, también lleva otra. Hace sus preparativos lentamente. Planta el vástago, apoya la cabeza, prueba la cuerda. Todo lo plagia en el acto su Sombra. Por fin, después de una tarantela de alegría, asciende por la escalera con minuciosidad, se pone la corbata, y riendo siempre, hace como que se lanza al abismo, sacando la lengua, burlándose de ella. Y se va.
Ella se ahorca también.
Cuando está bien ahorcada, cuando ha pateado el aire lo suficiente y la extrangulación la ha hecho balancearse, el hombre, sigiloso, reaparece. Llégase a su lado, corta la cuerda. Por fin ha podido apresarla. Está allí colgando de la cuerda. Es una lámina negra, recortada, con silueta igual a la suya, flexible como una tela. Es plana, no tiene volumen; por eso, según como se la coloque, aparece diferente y disforme.
¡Y aquello era lo que entenebrecía su vida!
Riendo, la arroja de sí. Rejuvenecido, busca otra vez el mundo encantado, sin lechuzas sombrías.
Cuando se fue, varias sombras aparecen, recogen a la muerta y se la llevan, tristes, entre sus contornos ridículos.



TOMÁS BORRÁS, Tam Tam, Compañía Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1931, páginas 35-38.
ILUSTRACIÓN: RAFAEL BARRADAS