miércoles, 31 de diciembre de 2014

FIN DE AÑO, José Jiménez Lozano



FIN DE AÑO

Lluvia obstinada,
pájaros mojados, silenciosos,
lejanas campanadas en la noche,
calendario sin hojas.
¿Duda si continuar el mundo?

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Advenimientos, Pre-Textos, Valencia, 2006, página 99.
&
Isao Tomoda

martes, 30 de diciembre de 2014

EL HOMBRE DE LA SIRENA, Felipe Garrido


EL HOMBRE DE LA SIRENA

   —Tengo una sirena —dijo el profesor; o eso parecía por los anteojos, las plumas en el bolsillo de la camisa, todos esos libros apilados en la mesa.
   Pero nadie le hizo caso; cosas más inusuales se escuchaban en aquella cantina, abierta al malecón.
   —Su voz es más dulce que el tumbo de las olas y sus ojos tienen el brillo del relámpago y sus undosos cabellos...
   —Largos y verdes como las ondas que se adelgazan...—lo atajó un marinero ilustrado.
   —Nada de eso —musitó el profesor, y apartó de sus labios la sexta cerveza—; cortos y dorados como... o quizá cobrizos pero, en todo caso, tan cortos que dejan desnuda la hermosa columna que sostiene la cabeza y los hombros espléndidos...
   —Y, de seguro —siguió el marinero, sentándose a la mesa—, también los pechos altivos... —pero se sintió cohibido por la mirada del profesor, a quien no le hacía gracia que ciertos encantos de su sirena fueran comentados en público, y empinó el vaso de ron para dar un pretexto a su silencio.
   Por unos instantes los dos se miraron, entre trago y trago, sin saber cómo reanudar aquella conversación. Hasta que el marinero, mientras le llenaban nuevamente el vaso, decidió hacer gala de su erudición.
   —Y cantará, por cierto, su sirena.
   —No. Más bien conversamos, mi sirena y yo.
   La mirada del profesor quedó suspendida sobre el mar, que se iba poniendo violeta.
   —Es hermoso este mar —dijo el marinero, que lo sentía propio.
   —El más hermoso del mundo —asintió el profesor, sin volver Ia vista—; por allí anda ella, en algún lugar.
   —Tenga cuidado —advirtió el marinero.
   —Con gusto me perdería en sus brazos.
   —¿Los ha probado? Cuente, amigo, las caricias...
   El profesor se volvió con un aire de misterio.
   —Nada diré, porque las palabras... —y no contó más. Recogió los libros, los acomodó bajo el brazo, se puso de pie contra el atardecer y desapareció con paso distraído, sin pagar la cuenta.


FELIPE GARRIDO, Conjuros, Malpaso, Barcelona, 2014, pp. 16-17.

lunes, 29 de diciembre de 2014

[FLOTAN DÓCILES...], Manuel Villena

Flotan dóciles
como hojas de enebro
las carpas muertas.

Manuel Villena

domingo, 28 de diciembre de 2014

HISTORIA DE UN PEDO QUE HIZO HUIR AL DIABLO Y QUEDAR COMO UN TONTO, Pierre-Thomas-Nicolas Hurtaut

HISTORIA DE UN PEDO QUE HIZO HUIR AL DIABLO Y QUEDAR COMO UN TONTO

   Un hombre al que el diablo atormentaba desde hacía tiempo para que se le entregase, no pudiendo resistir las persecuciones de ese maligno espíritu, consintió, pero con tres condiciones, que le propuso al instante:

  1. Le pidió una gran cantidad de oro y plata, y el diablo le entregó tanto como quiso.
  2. Le exigió que lo volviera invisible y el diablo le enseñó los medios.

   Finalmente, estando tan turbado por qué proponerle como tercera condición y queriendo hacer que le fuera imposible concedérsela, como su ingenio no le aportaba nada, se vio asaltado por un miedo atroz y, por fortuna, ese miedo le procuró por casualidad un gran servicio. Cuentan que en ese momento crítico se le escapó un pedo diptongo, cuyo estruendo se asemejó a una descarga de mosquetería y, aprovechando con juicio la ocasión, le dijo al diablo: "Enhebra si puedes ese pedo y seré tuyo". El diablo no pudo hacerlo, a pesar de que puso un extremo en el agujero de la aguja y tiró del otro con fuerza con los dientes; aterrorizado por otra parte por el espantoso estruendo de ese pedo, que el eco había redoblado, confuso y más que furioso por haberse dejado engañar, huyó rápidamente y liberó al desdichado del peligro que corría.


PIERRE-TOHMAS-NICOLAS HURTAUT, El arte de tirarse pedos, Pepitas de calabaza, Logroño, 2009, pp. 44-46.
&
José María Lema

sábado, 27 de diciembre de 2014

[LAS OLAS COBIJAN...], Manuel Villena

Las olas cobijan
el caparazón del cangrejo
entre mis pies.

Manuel Villena

viernes, 26 de diciembre de 2014

LA PLUMA DE LA BUENA SUERTE, Amaia Tomé

LA PLUMA DE LA BUENA SUERTE

1. Amanece sobre las miles de chabolas desperdigadas por la tierra seca y polvorienta de Alexandra el día de navidad. En la casa de Zahina no hay árboles decorados ni medias rojas al lado de la cocina, porque en los arrabales musulmanes del extrarradio de Johannesburgo la nieve y la navidad parecen un espejismo, un capricho de los blancos. Zahina no quiere despertar a la rutina de la mañana. Anoche, en un canal de televisión había visto una película, y había cerrado los ojos deseando secretamente tener también un árbol con luces y regalos. Una bicicleta; había escogido de entre todos los presentes posibles de su sueño, una bicicleta. Con ella podría salir de las calles de Alexandra, hacia la ciudad, y de allí volar hacia un lugar donde poder ver copos de nieve cayendo.


2. Después de comer el día de navidad siempre veían una película abrigados del granizo de la fría tarde. Este año decidieron que escogería Shay. Mientras padres, hermanos y abuelos acaban en la cocina con la últimos trozos del Plum Pudding, Shay revisa los antiguos DVDs de su padre; Elf, Milagro en la calle 34, Navidades blancas... De vez en cuando, atraviesa el salón hacia el árbol de navidad la pequeña Nessa abrazando a su nueva muñeca cantando; I saw three ships come sailing in on Christmas day, on Christmas day? Nessa se para delante del árbol y sale corriendo entre asustada e incrédula. De la cocina, viene el olor del Mulled Wine: canela, gengibre, naranja... Shay tiene la cabeza en otro lado; el próximo día siguiente es el Wren Boys así que ya rebuscó en el trastero algunas ropas viejas del abuelo y una flauta...? And what was in those ships all three on Christmas day, on Christmas day? Nessa vuelve a cruzar el salón. Shay va a salir con los amigos en la mañana siguiente por las calles de Ballinter cantando y pidiendo algunas monedas a cambio de una pluma que simboliza la buena suerte. Estos días recorren las calles de la ciudad dublineses que regresaron para pasar la navidad en la casa. Es fácil identificarlos con sus abrigos canadienses o su forzado acento yanquee. Todos dan monedas mientras los chavales tocan algo para ellos y guardan su pluma de la suerte en su bolsillo con una sonrisa sincera. Shay les desea a todos la suerte de poder volver pronto, porque él no quiere marchar nunca de las calles de Ballinter; sólo en verano, para ir pescar la Howth con su padre. Ya decidió la película, El Grinch.


3. Cae la noche del 25 de diciembre sobre Sukkur, y Sajid se refresca en el río después de un día duro en el campo mientras recuerda los días de navidad que había vivido en Feltham, en las aforas de Londres. Él había jugado en aquellas calles con juguetes nuevos mientras con desprecio lo llamaban Paki. Toda la familia pasaba el día como podía porque la navidad de los hindúes, el Diwali, ya había acabado. La calurosa realidad de Sukkur había obnubilado ya muchas memorias de la infancia. Lo que no olvidaba era el regalo que su padre le había hecho en la última navidad. Gracias a él, Sajid había retornado a sus raíces, al lugar al que pertenecía: su padre le había regalado un viaje a Paquistán.


Amaia Tomé
[15 años]
&
Chema Madoz

jueves, 25 de diciembre de 2014

UNA VERDAD IMPOSIBLE DE REVELAR, Xiomara Barja

UNA VERDAD IMPOSIBLE DE REVELAR


   Ya era hora de decirle a Marta la verdad que iba a destruir su mundo. Sus padres se habían decidido después de muchas discusiones. Pero, cuando vieron a su niña corriendo hacia el árbol con la esperanza de que los Reyes Magos le hubieran traído algo, se miraron en silencio durante unos segundos. Después, de su boca sólo pudieron salir dos palabras: ¡Feliz Navidad! 
Xiomara Barja
[15 años]

miércoles, 24 de diciembre de 2014

LIEBESLIED, José Cereijo

LIEBESLIED 
  
   La primera vez que hicieron el amor no sabían cómo se llamaban. Se lo habían dicho un poco antes, cuan­do se conocieron en la barra, pero el volumen atro­nador de la música se había comido sus nombres. Luego, en el cuarto oscuro, se apresuraron a desnu­darse sin que se les ocurriera preguntárselo de nuevo. En el aparcamiento de la discoteca, entre coches en marcha, se reconocieron. En esta ocasión caminaron juntos hasta el chiringuito, y con una cerveza servi­da en vaso de plástico, cuando Geert dudó, Ilse dijo: Ilse, me llamo Ilse. Y resultó una hermosa revelación de la noche.

JOSÉ CEREIJO, Apariencias, Renacimiento, Sevilla, 2005, p. 72. 
&
Raskolnick
     

martes, 23 de diciembre de 2014

EN EL PAÍS DE LOS LIBROS, Quint Buchholtz


QUINT BUCHHOLTZ, En el país de los libros, Nórdica, Madrid, 2014.




lunes, 22 de diciembre de 2014

[LA MEMORIA ES UN ESPEJO...], Héctor Abad Faciolince

   La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos.
  
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, p. 137.
&
Patrick Demarchelier

domingo, 21 de diciembre de 2014

[TOCO TU BOCA...], Julio Cortázar


CAPÍTULO 7

   Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
   Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


JULIO CORTÁZAR, Rayuela, 1963.

ABRIL, José Ángel Cilleruelo

ABRIL

   Como amapolas en los campos de cereales, los árbo­les de jacarandá motean la piel cetrina de la ciudad. Algo hay, sin embargo, en su extrovertida floración, descarada incluso, que no se comprende: la invisibi­lidad. A su alrededor vende algunos diarios el quios­quero, entra y sale gente de la boca del metro, pasan a la carrera los estudiantes, discuten dos empleados si aquella jugada fue o no penalti, camina cabizbaja la cajera del súper. Solo una niña se encandila con la sombra malva de un jacarandá. Reúne un monton­cito de pétalos en su manita. «Tíralos. Que ensu­cian», le riñe la madre.

JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Vitrina de charcos, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2011, p. 88.
&
Claire Morel

sábado, 20 de diciembre de 2014

[FRÍO, FRÍO...], Agustín García Calvo



Frío, frío: azul
se hace el agua, el cielo ya
se arrebuja en sí.


Agustín García Calvo
&
Riki Blanco

viernes, 19 de diciembre de 2014

VILLANCICO, Manuel Vicent

VILLANCICO

   En este supermercado de lujo suena el villancico Adeste fideles y su melodía resbala sobre baterías de jamones de Jabugo y barricadas de patés, embutidos, mariscos, turrones, vinos y licores, pirámides de frutas importadas de países exóticos, gollerías encajadas como joyas en estuches dorados. A este supermercado solo pueden acceder los muy adinerados, señores con la mandíbula violácea y mujeres muy perfumadas. Los precios son un puro esnobismo y marcan la línea roja infranqueable para una clase media desaparecida. El resto de los mortales no cuenta. Ha nacido el Rey de los ángeles, venid a adorar al Señor, dice el villancico, pero en este establecimiento el único Rey es el jamón de pata negra orlado con guirnaldas de plata. Movidos por la dulce llamada de Belén, los clientes cargan con las bolsas repletas de bienes, la caja registradora los despide con un alegre tintineo y para llegar hasta sus cochazos aparcados en tercera fila deberán vadear el bulto de una pordiosera en la acera que tiene un niño Jesús drogado y dormido en su regazo. En la esquina, una docena de mendigos aguarda la hora alrededor de un cartel con una flecha que indica que ese lugar es el punto de recogida solidario. Cada uno lleva un carrito de la compra cargado de latas, paraguas rotos, antenas, cables, varillas. Sobre estos desechos extraídos de los contenedores de basura un mendigo rumano ha plantado una gran bandera española, que exhibe como un trofeo. Por esa bandera se produce de repente un grave altercado. Un mendigo español ha intentado arrebatársela. No se trata de ningún patriota. Conoce a un chamarilero que le dará un euro por su asta de aluminio. Sale un dependiente del supermercado, deposita en el suelo unas cajas de comida caducada y la refriega se calma.




MANUEL VICENT, El País, 23 de noviembre de 2014.

jueves, 18 de diciembre de 2014

[A MIS RECUERDOS...], José Cereijo

A mis recuerdos
les pregunté por ti.
Aún discuten.

JOSÉ CEREIJO, La amistad silenciosa de la luna, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 26.
&
Arthur Tress

miércoles, 17 de diciembre de 2014

UNOS OJOS FATIGADOS , Guillermo Martínez

UNOS OJOS FATIGADOS

   El hombre que me abre la puerta es viejo, aunque no de los más viejos que me han tocado. Tiene unos ojos fatigados, con esa fragilidad algo acuosa de la edad, pero la mirada es lúcida, casi hiriente, y sus maneras son dignas y calmas. Cierra la puerta y se mueve con lentitud de regreso a su sillón, como si fuera un trayecto peligroso en el que tuviera que poner sumo cuidado; sólo cuando logra sentarse me indica otro sillón enfrente de él. Se sirve un vasito de licor de una botella facetada con una mano que tiembla ligeramente. Un Parkinson todavía controlable.
   —Discúlpeme por la hora —me dice—; espero no haberlo despertado.
   —No, duermo muy poco —lo tranquilizo—. Y realmente quería salir, en todo el día no había tenido llamados.
   —¿No llaman mucho, entonces? —sus párpados se alzan un poco; las pupilas son de un color celeste acerado, pero a la luz de la lámpara se ven casi grises.
   —Sí llaman. Bastante. Más de lo que nadie hubiera supuesto en un principio. Sólo que no me llaman a mí.
   —Entiendo —dijo—: vi los otros avisos. ¿Qué prefieren? ¿Mujeres? ¿Sacerdotes?
   —Mujeres, supongo, sí. Pero no en un sentido sexual, casi nunca. Buscan caras parecidas. A la madre, a una antigua novia; alguien que les recuerde a un ser querido. Pero también hay modas. Muchos piden enfermeras, o médicos.
   —¿Y quiénes lo piden a usted? —su mirada parece por un momento irónica pero la atenúa enseguida una sonrisa cortés.
   —Ex académicos, sobre todo. Universitarios, escritores. Gente que todavía tiene bibliotecas, como usted, y quieren una conversación "filosófica".
   —No, no se preocupe, nada de conversaciones. Sólo quiero terminar mi copita. ¿Puede creer que ellos intentaron enviarme un verdadero filósofo?
   —Bueno, se supone que tienen que intentarlo todo. ¿Cuántos embajadores tuvo?
   —¿”Embajadores"? ¿Así los llaman? —se sonríe y mueve la cabeza—. A veces pueden ser graciosos. Fueron siete en total, llevé la cuenta. Son verdaderamente ingenuos, estuve a punto de escribir un último ensayo: el desfile de las razones para seguir. Me enviaron incluso una prostituta, una chica joven. Joven de verdad. Tuve que decirle: M'hijita, podría haberlo considerado... ¡hace cien años!
   —En general envían sólo tres. Pero escuché hablar de casos como el suyo. Son los que consideran una anomalía.  Usted no es tan viejo, no parece enfermo, ni perdió las facultades mentales: yo veo únicamente un Parkinson muy suave.
   —Sí, estoy sano, eso los desesperaba sobre todo. En un momento llegué a pensar que en realidad me estaban estudiando, debajo de distintos disfraces. O que era una clase de trampa legal, y que nunca dejarían de sucederse, uno tras otro. Pero evidentemente se resignaron, esta mañana me llegó el permiso oficial. Me dediqué a buscar la persona apropiada toda la tarde. Vi muchos avisos en la red, pero no sabía a quién llamar. Del suyo me gustó el título: Un final definitivo. Eso es exactamente lo que quiero: que sea definitivo— suspira y deja en la mesa el vasito vacío—. ¿Lo tiene en el maletín?
   Sus ojos vuelven a mirarme y otra vez me llama la atención el color cambiante de las pupilas bajo la luz. Apoyo el maletín en la mesita y lo abro con cuidado. Parece decepcionado al ver sólo una jeringa.
   —No —dice—: tiene que ser algo más drástico. Si no le parece mal, voy a buscar mi escopeta. No pienso dejarles el cerebro. Son como buitres y están en todas partes: en las morgues, en los cementerios, en los hospitales. Sé que se infiltran incluso entre ustedes para recuperar la masa encefálica.
   —Como usted quiera —digo.
   Lo dejo incorporarse y caminar dos pasos, hasta que me vuelve la espalda. Me acerco por atrás, le paso el brazo izquierdo debajo del cuello, abro la palma sobre la nuca y empujo con fuerza hacia adelante. Es el procedimiento alternativo, y se supone que preserva por unos minutos el flujo sanguíneo a la cabeza. Llamo por teléfono mientras doy vuelta con una mano el cuerpo delgado y reseco. Alzo con cuidado uno de los párpados para mirar la pupila de cerca.
   —¿Recuperable o irrecuperable? —me preguntan.
   —Recuperable —contesto—. Pero cambié de idea sobre el trato. Prefiero quedarme con algo para mi colección.
   —Sólo puede ser algo externo —me advierten.
   —Los ojos —digo—. Creo que son antiguos. Creo que son auténticos ojos humanos.

GUILLERMO MARTÍNEZ, Una felicidad repulsiva, Planeta.
&
Redosking

martes, 16 de diciembre de 2014

[EL CANTO ENTRE LA ARENA...], Julia Otxoa


   El canto entre la arena, desentierra el bosque y la palabra.

JULIA OTXOA, Jardín de arenaEdiciones La Palma, Madrid, 2014, p. 46.
&
Lucas Cranach the Elder

lunes, 15 de diciembre de 2014

[LA VIEJA ALMOHADA...], José Cereijo

La vieja almohada
que compartimos, pone
los sueños tristes.


JOSÉ CEREIJO, La amistad silenciosa de la luna, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 45.
&
Larry Zdeb

domingo, 14 de diciembre de 2014

[ENTRE LATIDOS...], Manuel Villena

Entre latidos,
el deseo se escurre
en extravío.

Manuel Villena
&
Stefan Rappo

sábado, 13 de diciembre de 2014

LAS INVIERNAS, Cristina Sánchez-Andrade

CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE, Las Inviernas, Anagrama, Barcelona, 2014, 248 páginas.


   Muchas veces el lector abre la primera página de un libro con el convencimiento de que todo será felizmente previsible; por ello, leer, en esos casos, es confirmar el camino que se había elegido; el fin, la meta a la que se pretendía llegar en la agradable compañía de lo leído.
   Otras veces, leer resulta bien distinto; algo así como comprar un billete en la ventanilla de una estación en la que el tablero de las direcciones se ha desdibujado. El lector desconoce el rumbo y, relativamente desconcertado por la ondulante trayectoria que elige el chofer, se deleita contemplando los paisajes difusos que se presentan a izquierda y derecha, delante y detrás, sabiendo que girar la vista hacia un lado supone dejar escapar otros instantes.
   Esta segunda sensación me ha acompañado en toda esta travesía, subido en este ómnibus Las inviernas, conducido por Cristina Sánchez-Andrade, periodista, crítica literaria, profesora de escritura creativa, traductora de George MacDonald, Rudyard Kipling o Emily Brontë, pero, sobre todo, la narradora que se iniciaba en 1999 con Las lagartijas huelen a hierba y consolida su trayectoria con el reconocimiento obtenido en el año 2004 con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz a Ya no pisa la tierra tu rey, su tercera novela. En el año 2001 había publicado, Bueyes y rosas dormían; después vendrían Coco (RBA, 2007), y Los escarpines de Kristina de Noruega (Roca, 2010).
   En este ómnibus no podríamos ir a Southampton, pero sí a La Coruña o a Riveira, o más al este: a Bilbao o a Tossa de Mar. Sin embargo, mecidos por el traqueteo del cambio de marchas, enseguida nos sentimos transportados a ese espacio mítico que es Tierra de Chá, una aldea cartografiada como la espina de un pescado, con casas que exhalan vaharadas de olor a estiércol y mugre. Sería fácil calzar zuecos para poder transitar sus caminos enfangados, pero ahora, lejos de la Galicia de los años 50, nos sobran los remilgos para reconocer que podríamos volver a un tiempo  que creemos no haber vivido (o querríamos no haber vivido). Al fin y al cabo, tan intrusos somos como Saladina y Dolores en su vuelta a la casa familiar: ellas, huyendo de un pasado que querrían enterrar; los habitantes del pueblo, recibiendo la constatación de que, sabido es que es difícil soportar en la conciencia la infamia cometida; pero peor aún es que la supervivencia de las nietas de la víctima le recuerdan a los ejecutores su condición de verdugos. Es por eso que, en la aldea todo se transforma alrededor de ese pasado que se creía muerto y, por ello, nadie es capaz de vivir, puesto que el linchamiento de Don Reinaldo ha dejado a los habitantes de Terra de Chá en ese bucle de vidas detenidas, del que sólo saldrán cuando se cumpla la profecía de Violeta da Cuqueira y unos papelitos quemados revoloteen como diminutas mariposas grises y se posen en los árboles como imperceptibles polillas.
   Hasta ese momento, acodados en el mostrador de la taberna, escucharemos los relatos repetidos al compás de los chasquidos de la lareira, de boca de los parroquianos: Tristán, el criador de capones; Tiernoamor, el mecánico dentista que disfruta calzando zapato de tacón; Don Manuel, el cura que no quería ser cura; o Tío Rosendo, de cuyas teorías hemos sabido extraer lección: somos el envés de lo que creemos ser, salvo que sepamos capturar nuestro instante. A mí, ahora, mi instante me dice que me corresponde callar. Callar y callar. Callaremos.

FRC

viernes, 12 de diciembre de 2014

[LA LOCURA NO ES QUIZÁ...], E.M. Cioran

   La locura no es quizá más que un pesar que no evoluciona.

E. M. CIORAN, El aciago demiurgo, Taurus, Madrid, 200, 109.
&
Maayke Schuitema

jueves, 11 de diciembre de 2014

[LA MEMORIA ES UN JUEGO...], Cristina Sánchez-Andrade

   La memoria es un juego de muñecas rusas, cajitas que se abren y se cierran.

CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE, El libro de Julieta, Grijalbo, Barcelona, 2010, p. 15.
&
Yana Elkassova

miércoles, 10 de diciembre de 2014

ROSA DE TOKIO, José de la Colina

ROSA DE TOKIO

   En el corazón de la selva de las Filipinas, avan­zando penosamente por las sendas fangosas y culebreantes, los soldados norteamericanos oían en la radio portátil esa hermosa voz femenina, que, llegada del enemigo Tokio y entre piezas de swing y blues, les predecía en un perfecto inglés la derrota y el final de la gran potencia de los Estados Unidos.
   El comandante norteamericano prohibió que se escucharan las emisiones de Tokio, pero el soldado encargado de la radio, enamorado de la voz, la escuchaba a escondidas.
   Y, siendo muy patriota, al final de la contien­da solicitó un consejo de guerra y se acusó él mismo de alta traición.

JOSÉ DE LA COLINA, Tren de historias, Editorial Aldus, México, 1998, página 60.

martes, 9 de diciembre de 2014

[EL NECIO NO VE EL MISMO ÁRBOL...], William Blake

   El necio no ve el mismo árbol que ve el hombre sabio.

William Blake
&
Gernot Schwarz

lunes, 8 de diciembre de 2014

[ANTE EL QUIRÓFANO...], Manuel Villena

Ante el quirófano
otra luz, cruel, titila.
Tiempo de espera.

Manuel Villena
&
Adam Fuss

domingo, 7 de diciembre de 2014

MADRE, Clara Janés


MADRE

Corta la madre el cordón umbilical
más no renuncia al vínculo.
Te empuja a la otredad
pero desesperadamente bebe en tu vida
pues en ella
terrible
y mutilada
su entraña
aún palpita.
¡Qué deuda irreparable la del hijo!

Y sin embargo, a veces, al pasar
la página del libro de los días,
se rasga, fiera, el vientre,
y te envuelve una vez más en su carne
para que no te pierdas,
para que no te mueras
solo,
como un náufrago abandonado al pánico
en el inmenso océano.

Clara Janés

sábado, 6 de diciembre de 2014

[TÚ YA DESCANSAS...], José Cereijo

Tú ya descansas.
Todos descansaremos.
Vela la muerte.


JOSÉ CEREIJO, La amistad silenciosa de la luna, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 61.
&
Claudio Parenteala

viernes, 5 de diciembre de 2014

[RECORDAMOS LAS COSAS...], Héctor Abad Faciolince

   Recordamos las cosas no tal como ocurrieron, sino tal como las relatamos en nuestro último recuerdo, en nuestra última manera de contarlas.

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, Traiciones de la memoria, Alfaguara, Madrid, 2010, p. 149.
&
Heinz Homatsch

jueves, 4 de diciembre de 2014

[LA POESÍA ES UN SECRETO...], Carlos Edmundo de Ory


   La poesía es un secreto de adultos.

Carlos Edmundo de Ory
&
Gernot Schwarz

miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA LLUVIA, Antonio Fernández Molina

LA LLUVIA

   Se habían pronosticado épocas de grandes lluvias y, efectivamente, en el momento previsto comenzó a llover. La lluvia tenía un ritmo acostumbrado y no le prestamos demasiada atención. Nos recogimos al resguardo de su intimidad. Llamaron a la puerta, abrimos y el aspecto de nuestros amigos nos turbó. Antes de que empezaran a hablar, supimos que la lluvia caía hacia arriba.

ANTONIO FERNÁNDEZ MOLINA, Dentro de un embudo, Lumen, Barcelona, 1973, p. 14.
&
Vladimir Kush

martes, 2 de diciembre de 2014

[SÓLO LAS ROSAS QUE NO COGISTE...], Roberto Gervaso

   Sólo las rosas que no cogiste no tenían espinas.

Roberto Gervaso
&
Blake Ward

lunes, 1 de diciembre de 2014

[LENTA LA SIMIENTE...], Manuel Villena

Lenta la simiente
se inflama. No oculta
la tierra el dolor.

Manuel Villena
&
Odilon Rendon

domingo, 30 de noviembre de 2014

[ARRODILLADO ENTE UN PEQUEÑO PÁJARO HERIDO...], Julia Otxoa

   Arrodillado ante un pequeño pájaro herido, lloró por primera vez en muchos años y fue entonces cuando a aquel hombre, por fin, de pronto, le nacieron las alas.


JULIA OTXOA, Jardín de arenaEdiciones La Palma, Madrid, 2014, p. 106.

sábado, 29 de noviembre de 2014

LA CANCIÓN DE PERONELLE, Juan José Arreola

LA CANCIÓN DE PERONELLE

    Desde un claro huerto de manzanos, Peronelle de Armentières dirigió al maestro Guillermo su primer rondel amoroso. Puso los versos en una cesta de frutas olorosas, y el mensaje cayó como un sol de primavera en la vida oscurecida del poeta.
Guillermo de Machaut había cumplido ya los sesenta años. Su cuerpo resentido de dolencias empezaba a inclinarse hacia la tierra. Uno de sus ojos se había apagado para siempre. Sólo de vez en cuando, al oír sus antiguos versos en boca de jóvenes enamorados, se reanimaba su corazón. Pero al leer la canción de Peronelle volvió a ser joven, tomó su rabel, y aquella noche no hubo en la ciudad más gallardo cantor de serenatas.
   Mordió la carne dura y fragante de las manzanas y pensó en la juventud de aquella que se las enviaba. Y su vejez retrocedió como sombra perseguida por un rayo de luz. Contestó en una carta extensa y ardiente, interpolada con poemas juveniles.
   Peronelle recibió la respuesta y su corazón latió apresurado. Sólo pensó en aparecer una mañana, con traje de fiesta, ante los ojos del poeta que celebraba su belleza desconocida.
   Pero tuvo que esperar hasta el otoño la feria de San Dioninsio. Acompañada de una sirviente fiel> sus padres consintieron en dejarla ir en peregrinación hasta el santuario. Las cartas iban y venían, cada vez más inflamadas, colmando la espera.
   En la primera garita del camino, el maestro aguardó a Peronelle, avergonzado de sus años y de su ojo sin luz. Con el corazón apretado de angustia, escribía versos y notas musicales para saludar su llegada.
   Peronelle se acercó envuelta en el esplendor de sus dieciocho años, incapaz de ver la fealdad del hombre que la esperaba ansioso. Y la vieja sirviente no salía de su sorpresa, viendo cómo el maestro Guillermo y Peronelle pasaban las horas diciendo rondeles y baladas, oprimiéndose las manos, temblando como dos prometidos en la víspera de sus bodas.
   A pesar del ardor de sus poemas, el maestro Guillermo supo amar a Peronelle con amor puro de anciano. Y ella vio pasar indiferente a los jóvenes que la alcanzaban en la ruta. Juntos visitaron las santas iglesias, y juntos se albergaron en las posadas del camino. La fiel servidora tendía sus mantas entre los dos lechos, y San Dionisio bendijo la pureza del idilio cuando los dos enamorados se arrodillaron, con las manos juntas, al pie de su altar.
   Pero ya de vuelta, en una tarde resplandeciente y a punto de separarse, Peronelle otorgó al poeta su más grande favor. Con la boca fragante, besó amorosa los labios marchitos del maestro. Y Guillermo de Machaut llevó sobre su corazón, hasta la muerte, la dorada hoja de avellano que Peronelle puso de por medio entre su beso.

JUAN JOSÉ ARREOLA, Estas páginas mías, FCE, México, 2005 (1985), pp. 118-119.

viernes, 28 de noviembre de 2014

[LA VEJEZ ES UN CASTIGO...], Jaime Chávarri

   La vejez es el castigo por haber vivido demasiado.

JAIME CHÁVARRI, Y..., Huerga y Fierro, Madrid, 2001, p. 120. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

[LA VERDAD SUELE SER...], Héctor Abad Faciolince

    La verdad suele ser confusa; es la mentira la que tiene siempre los contornos demasiado nítidos.

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, Traiciones de la memoria, Alfaguara, Madrid, 2010, p. 150.
&
Belinda Chlouber

miércoles, 26 de noviembre de 2014

[EL HOMBRE ES UN ANIMAL RELIGIOSO...], Mark Twain

   El hombre es un animal religioso. El hombre es el único animal religioso. Es el único animal que tiene la Verdadera Religión –varias de ellas. Es el único animal que ama a su prójimo como a sí mismo y lo degüella si su teología no es la correcta.

Mark Twain
&
Veronka PHP

martes, 25 de noviembre de 2014

ELLA, José Cereijo

ELLA

   Incapaz, por su mucha timidez, de acercarse a una mujer, sus amigos le embromaban cruelmente. Para defenderse, inven­tó que había conocido a una; la describió con todo lujo de deta­lles, con una imaginación alimentada por años de soledad. Con­siguió, no sólo que cesaran las bromas, sino ver en sus miradas algo nuevo, y peligroso: la admiración, el respeto, tal vez la envi­dia. Como cada vez le presionaban más para que se la presenta­ra, inventó que había tenido que marcharse a otra ciudad, por razones de trabajo; también —volcándose, redimiendo quizás en los detalles muchas tardes desiertas—, las largas conversaciones telefónicas que mantenían. Esa criatura imaginaria era ya apre­ciada por todos; la impaciencia por conocerla, creciente. Tuvo que matarla. Se esforzó por ser convincente, al teléfono, con su mejor amigo, hablando del accidente, de su dolor, de la necesi­dad de acudir al funeral. Paseó, solitario, por la ciudad donde la había hecho vivir, y que no conocía; en cada esquina, en cada sombra, le parecía aguardar una ausencia, o la promesa o el esquema de una ausencia; también, el absurdo de sentirlo. Se fue de allí con el corazón oprimido, como si realmente hubiera habido alguien a quien perder. Sus amigos confundieron fácil­mente con dolor esa melancolía, y la respetaron. O quizá era él quien empezaba a engañarse. Fue ya, a los ojos de todos, el viudo de una sombra a la que todos parecían conocer mejor que él. Alguna vez pensó en repetir la hazaña, pero nunca pudo resolverse al engaño: por ellos —que tal vez lo sabían—, por él mismo, por ella.


JOSÉ CEREIJO, Apariencias, Renacimiento, Sevilla, 2005, pp. 69-70.
&
Arnaldo Pomodoro

lunes, 24 de noviembre de 2014

[SE PUDREN LAS HOJAS...], Manuel Villena

Se pudren las hojas
que alfombran el fango.
También lo vivido.

Manuel Villena
&
Manuel Villena

domingo, 23 de noviembre de 2014

[UNO ES MÁS LIBRE...], Jordi Doce


   Uno es más libre cuando escribe por escribir, sin pensar en posibles lectores o en las páginas de una revista cómplice. Hay cosas, tal vez más importantes, que los lectores de ahora no pueden aceptar ni comprender y que guardamos por temor a la reacción de quienes nos rodean. También es cierto que esa libertad puede convertirse fácilmente en excusa para lo arbi­trario, lo mal pensado o lo pensado insuficientemente. Pero hasta esa falla, que es también una falla moral, puede ser más reveladora que cualquier acierto medido o coherente con los gustos de nuestros lectores. Debemos dejar también, si es pre­ciso, que la soledad del monólogo nos traicione.


JORDI DOCE, Perros en la playa, La Oficina, Madrid, 2011, p. 143.
&
Heinz Homatsch

sábado, 22 de noviembre de 2014

[EL ESPÍRITU SOPLA...], Héctor Abad Faciolince

   El espíritu sopla donde quiere, en el oído de un genio, pero también en la oreja de un imbécil.

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, Traiciones de la memoria, Alfaguara, Madrid, 2010, p. 84.
&
Guillermo Roux

viernes, 21 de noviembre de 2014

GANAR LA ORILLA, Ángel Carrasco Sotos

GANAR LA ORILLA

   La vida en el barrio se había vuelto de una violencia atroz, salvaje. Los muertos se iban amontonando sobre las aceras, mientras la crueldad se había instalado sin tregua en las calles. Nadie hacía nada. Yo, a veces, tenía que pasar al otro lado y no siempre lo conseguía. El fuego cruzado era frecuente y cualquier bala perdida, llegada desde algún hueco oscuro o desde una ventana lejana, donde algún francotirador esperaba apostado con aburrida paciencia a su presa, podía sorprenderte parado en una esquina o caminando con prudente tranquilidad arrimado a una pared. Había veces en que una flecha acerada y ungida de ponzoña, el pisotón de un elefante o la coz proterva de una pezuña te hundían en tu propia casa. ¿De qué vale la fortaleza mental cuando se sabe con inconcusa certeza que ninguno de tus enemigos tiene miedo a matarte y no les importas nada? ¿Qué camino tomar cuando, más aún, se disputan tu cuerpo para devorarlo vivo?
   Pocos eran, en realidad, los que deambulaban con despreocupación, y los parques se veían casi siempre desiertos por causa del miedo y la ansiedad; pocos eran los que no portaban un arma con la que poder defenderse o matar sin piedad al extraño de mirada torva. Todos eran tus enemigos, lo mismo que tú lo eras para ellos, y no había necesidad de razonar un porqué. Al fin y al cabo nosotros no actuábamos, sino movidos como marionetas.
   Tampoco es que fuésemos bandas, no; nos sentíamos algo más, un ejército que jugaba a matarse sin que valiesen soluciones intermedias. Yo tenía que cruzar aquel barrio enemigo y me lancé como otras veces a ello. Sé que no había obligación absoluta. Podía dar un rodeo que tan sólo me supondría un par de horas de retraso, pero yo, como los demás, amaba el riesgo (la muerte me importaba bien poco y las reglas eran las reglas), así que me interné decidido en el bosque, por lo más tupido e impenetrable: estaba convencido de que ahora sí me convertiría en dama.

ÁNGEL CARRASCO SOTOS, Basura espacial, Eurográficas, Cuenca, 2014.
&
James Cameron Smith

jueves, 20 de noviembre de 2014

LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS, Wislawa Szymborska



LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

Wislawa Szymborska
&
Matthieu Bourel 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

[NUESTRA VIDA ES VIENTO...], Joseph Joubert



   Nuestra vida es viento tejido.
   Cada cual es su propia parca y se hila su porvenir.

Joseph Joubert 
&
Joseph Mallord William Turner

martes, 18 de noviembre de 2014

[LA FELICIDAD ESTÁ HECHA...], Héctor Abad Faciolince




    La felicidad está hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el recuerdo, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, p. 128.
&
Hamish Blakely

lunes, 17 de noviembre de 2014

[ARRASTRA LA LLUVIA...], Manuel Villena

Arrastra la lluvia
nuestras penas en fuga.
Se apoza el dolor.

Manuel Villena
&
Adam Fuss

domingo, 16 de noviembre de 2014

MATRIMONIO DE CONVENIENCIA, William T. Vollmann

MATRIMONIO DE CONVENIENCIA

   El hombre lloraba, y le dijo a su puta: "No me abandones".
   "No te preocupes", dijo ella. "No te dejaré durante toda una hora de puta".


WILLIAM T. VOLLMANN, Historias del Arcoiris, Pálido Fuego, Málaga, 2013, p. 101.
&
Eric Drigny

sábado, 15 de noviembre de 2014

MUERTOS DE HAMBRE, Elio González y Rubén Tejerina






Elio González y Rubén Tejerina.

Ilustración: Carl Randall

viernes, 14 de noviembre de 2014

[¿DE QUIÉN MEJOR...], Vicente Núñez

   ¿De quién mejor el beso sino del enemigo?

VICENTE NÚÑEZ, Sorites, Asociación Cultural Andrómina, Córdoba, 2004 (1999), p. 14.
&
Bogdan Mateias

jueves, 13 de noviembre de 2014

PRÓLOGO A CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA, Santiago Gamboa

PRÓLOGO



  
   Hace un par de años, en su casa de Bogotá, al frente del Parque de la 88, le pregunté a García Márquez si nunca había sentido la tentación de escribir una novela negra. «Ya la escribí -me dijo-, es Crónica de una muerte anunciada.» Afuera, sobre el césped verde, amos y perros daban el paseo del mediodía bajo un sol radiante, raro en Bogotá para el mes de febrero. «Lo que sucede es que yo no quise que el lector empezara por el final para ver si se cometía el crimen o no -continuó diciendo-, así que decidí ponerlo en la frase inicial del libro.» Era la primera vez que veía a García Márquez. Yo había aprendido a amar la literatura por haber leído, entre otras cosas, sus novelas. Estaba muy emocionado escuchándolo. «De este modo agregó- la gente descansa de la intriga y puede dedicarse a leer con calma qué fine lo que pasó. » Dicho esto enumeró una larga serie de historias de género negro en la literatura y concluyó que su preferida era Edipo Rey, de Sófocles: «Porque al final uno descubre que el detective y el asesino son la misma persona». A García Márquez le gusta hablar de literatura. Quedan pocos escritores a los que les guste hablar de literatura.
   Pero Crónica de una muerte anunciada es, sobre todo, una exacta y eficaz pieza de relojería. Los hechos que rodean la muerte de Santiago Nasar, en la madrugada siguiente al fallido matrimonio de Bayardo San Román con Ángela Vicario, van siendo reconstruidos uno a uno por el narrador, agregando cada vez, con los testimonios de los protagonistas, la información necesaria para que el muro se levante en equilibrio, la curiosidad del lector quede azuzada y se forme una ambiciosa historia coral, nutrida de múltiples voces. Las voces de todos aquellos que, años después, recuerdan, confiesan u ocultan algún detalle nuevo del crimen, algún matiz que completa la tragedia. Porque al fin y al cabo Crónica de una muerte anunciada es también una tragedia moderna. Los personajes son empujados a la acción por fuerzas que no controlan. Los hermanos Vicario, los asesinos, se ven obligados a cumplir un destino, que es el de lavar la honra de su hermana, matando a Santiago Nasar. Pero ninguno de los dos quiere hacerlo, y, como dice el narrador, «hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron». El coronel Aponte, el alcalde, alertado por las voces, los desarma; pero es inútil, pues es demasiado temprano y los hermanos tienen tiempo de reponer con desgano los cuchillos. Clotilde Armenta, la propietaria de la tienda donde los Vicario esperan el amanecer, llega incluso a sentir lástima por ellos y le suplica al alcalde que los detenga, «para librar a esos pobres muchachos del horrible compromiso que les ha caído encima». Algo más fuerte que la voluntad de los hombres mueve los hilos. Los vecinos de la familia Nasar, y en realidad todo el pueblo, saben que Santiago va a ser asesinado e intentan avisarle, pero ninguna de las estafetas llega a su destino. Deslizan por debajo de la puerta una nota que nadie ve. Se envían razones con pordioseros que llegan tarde, y muchos, al ver que es una muerte tan anunciada, no hacen nada simplemente porque no les parece posible que el propio Nasar o su madre no lo sepan ya y no hayan previsto algo para evitarlo. La madre del narrador es una de las que sí cree que debe hacer algo, y entonces se viste para salir a alertar a la mamá de Santiago Nasar; pero antes tiene esta extraordinaria conversación con su marido, quien le
pregunta adónde va:

   —A prevenir a mi comadre Plácida —contestó ella—. No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la única que no lo sabe.
   —Tenemos tantos vínculos con ella como con los Vicario —dijo mi padre.
   —Hay que estar siempre del lado del muerto —dijo ella.

   Pero cuando sale a la calle le dicen que ya lo mataron. Y así, todos los que quieren prevenir la muerte son cuidadosamente apartados: sus mensajes no llegan. En realidad, el único en todo el pueblo que no sabe del crimen es la propia víctima, perdido entre otras cosas por el cambio en los hábitos diarios que supone, muy de mañana, la visita de un obispo que ni siquiera puso el pie en el puerto y que los bendijo desde el barco, alejándose entre resoplidos de vapor. Si en esas lejanías del Trópico se castigara como delito la «no asistencia a persona en peligro», habría que meter a la cárcel a todo el pueblo, incluidos el cura y el alcalde. Crónica de una muerte anunciada es, por lo demás, una joya rara en la obra de García Márquez, pues es él mismo quien relata la historia en primera persona. El «yo» inquietante que desde el principio reconstruye los hechos se va reconociendo en el autor hasta descubrirse del todo, pues dice: «Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después». Mercedes Barcha es la «Gaba», así le dicen sus más íntimos amigos. De este modo el título del libro se acaba de llenar de sentido: no sólo es una muerte anunciada, sino que además se trata de una crónica, en el mejor estilo periodístico. García Márquez, el cronista, cita las fuentes de cada información precisando el origen, sin que nada quede al azar de la imaginación. Y es aquí en donde el libro adquiere su máxima precisión de relojería suiza. Las fronteras de la crónica periodística y de la literatura se disuelven y ningún dato queda suelto, nada de lo narrado aparece sin una previa justificación. La costa atlántica colombiana, por los años en que se publicó esta novela, era aún vista desde la capital del país como algo remoto, y en esa mirada había ínfulas de superioridad y de arrogancia justificadas sólo por el hecho de que en Bogotá estaban los edificios grecorromanos del Capitolio y el Palacio Presidencial. Esa costa, y lo costeño -llamado despectivamente «corroncho» por los del interior-, con su mezcla de tradiciones caribes, hispanas, negras y árabes, era acusada de ser la madre de todos los vicios, la república de la pereza, de la corrupción, del nepotismo, del machismo y del trago, de la irresponsabilidad, en fin, de todo lo negativo, mientras que Bogotá, con su rancia aristocracia, se consideraba a sí misma la Atenas de América, la cuna de la cultura y la elegancia, el Londres de los Andes. Pero hoy al cabo de dos décadas, la cultura de esa proscrita costa atlántica, en la que se inscribe este libro y casi toda la obra de García Márquez, es una de las pocas cosas que a los colombianos nos permite paliar las vergüenzas que ocasionan, en la acartonada capital, esos dos presuntuosos edificios grecorromanos. No recuerdo cuándo leí por primera vez esta Crónica de una muerte anunciada, pero sé que fue en Bogotá, hace ya más de quince años, recuerdo, eso sí, el extraño y sobrecogedor efecto que me llevó a desear, en cada página, que alguien detuviera a los hermanos Vicario, que se evitara esa muerte absurda que los condenaba a todos. Pero la muerte ya estaba anunciada; y aún hoy, al releerlo, vuelvo a sentir que es posible, en medio de la tragedia, que los cuchillos no alcancen a Santiago, que alguno de los mensajeros llegue a tiempo y él escape, que la puerta de su casa se abra. Y no sucede. Santiago Nasar vuelve a morir. Me pregunto si los lectores de este libro, dentro de doscientos o trescientos años, desearán lo mismo al leer sus páginas. Quizás sí. Lo que es seguro es que Santiago Nasar y su muerte anunciada serán en ese entonces una de las pocas cosas de nuestra época que aún estarán vivas.


Santiago Gamboa


GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Crónica de una muerte anunciada, Bibliotex, Madrid, 2001.