LISTA DE ESPERA
Compartieron el trayecto del taxi, como compartían los gastos del apartamento chic (vistas a la ría, próximo al hospital) que a él tanto le costaba pagar. Esta carrera nocturna, sin embargo, no sería ya otra más: ninguno de los dos había previsto encontrarse así, encontrase allí.
—Laura, ¿Eras la única que no sabía que Insua explica la luxación de cóxis a todas las residentes?
Unas horas antes, al ritmo del vino tinto y el jazz, los platos bromeaban en la mesa. El carpaccio del Doctor (llámame Carlos) le buscaba las cosquillas al solomillo rochefort de la MIR (claro que quiero consolidarme en cirugía). Tras los postres (tarta de castañas y un oporto, por favor), el desvío a la residencia de verano. El portalón, extrañamente abierto. Los mastines, confiados. Las luces, apagadas. La sorpresa.
—Cristóbal, ¡Eras tú el que estaba desnudo! ¿Te pregunto yo en qué técnicas de sedación te estaba iniciando? ¡Ni siquiera me habías dicho que te ponía la mujer de mi jefe de servicio!
A su pesar, no compartían más. Ese silencio espeso se lo recordaba.
—Mañana, en quirófano, nos tocará saber el final de qué acto hemos protagonizado hoy.
—¿De qué estás hablando?
—Cristóbal, ¡despierta! Le sobran tipos con los que aliviarse: Ella te ha elegido a ti, porque vivimos juntos... ¡Piensan que somos novios! Sabía perfectamente a quién estaba esperando, qué efecto iba a causar... Y usted, ¿no podría volver a encender la radio?
La penumbra, rota por los espasmos de las farolas, ocultaba los ojos de Laura. A él le bastaba cerrar los suyos para imaginarse braceando en su inmensidad azul. La locutora permitía que un muchacho confesara el desamparo de su soledad.
—Mañana es dentro de tres horas.
En el hospital, la rutina se dispone en cadena: varias artroscopias, un ligamento cruzado y dos prótesis de rodilla. De todos los pacientes que esperan, más de uno ha dormido bien.
Compartieron el trayecto del taxi, como compartían los gastos del apartamento chic (vistas a la ría, próximo al hospital) que a él tanto le costaba pagar. Esta carrera nocturna, sin embargo, no sería ya otra más: ninguno de los dos había previsto encontrarse así, encontrase allí.
—Laura, ¿Eras la única que no sabía que Insua explica la luxación de cóxis a todas las residentes?
Unas horas antes, al ritmo del vino tinto y el jazz, los platos bromeaban en la mesa. El carpaccio del Doctor (llámame Carlos) le buscaba las cosquillas al solomillo rochefort de la MIR (claro que quiero consolidarme en cirugía). Tras los postres (tarta de castañas y un oporto, por favor), el desvío a la residencia de verano. El portalón, extrañamente abierto. Los mastines, confiados. Las luces, apagadas. La sorpresa.
—Cristóbal, ¡Eras tú el que estaba desnudo! ¿Te pregunto yo en qué técnicas de sedación te estaba iniciando? ¡Ni siquiera me habías dicho que te ponía la mujer de mi jefe de servicio!
A su pesar, no compartían más. Ese silencio espeso se lo recordaba.
—Mañana, en quirófano, nos tocará saber el final de qué acto hemos protagonizado hoy.
—¿De qué estás hablando?
—Cristóbal, ¡despierta! Le sobran tipos con los que aliviarse: Ella te ha elegido a ti, porque vivimos juntos... ¡Piensan que somos novios! Sabía perfectamente a quién estaba esperando, qué efecto iba a causar... Y usted, ¿no podría volver a encender la radio?
La penumbra, rota por los espasmos de las farolas, ocultaba los ojos de Laura. A él le bastaba cerrar los suyos para imaginarse braceando en su inmensidad azul. La locutora permitía que un muchacho confesara el desamparo de su soledad.
—Mañana es dentro de tres horas.
En el hospital, la rutina se dispone en cadena: varias artroscopias, un ligamento cruzado y dos prótesis de rodilla. De todos los pacientes que esperan, más de uno ha dormido bien.
Pedro Caridad Cauti
IMAGEN: HOSPICE, The Antlers
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