La feliz mamá sentó a la hijita que aún olía a nuevo sobre sus rodillas, durante la cena familiar de Nochebuena. Fue una desgracia terrible que la niña se inclinara tanto sobre el plato humeante de sopa, fascinada por los dedos de humo que la saludaban desde allí adentro, y que se hundiera en el interior del estanque de porcelana heredado de la abuela, sin que su madre pudiera evitarlo. Hubo un revuelo de burbujas, un minúsculo aleteo de brazos. Algunas gotas amarillas y un fideo rozaron el rostro materno. Ella miró a ambos lados, horrorizada. Todos comían, o no, daban un sorbo a la copa. Callaban con los demás. La madre se secó la mejlla con la servilleta, aguardando un tiempo prudencial y, cuando por fin se hizo el silencio en el fondo, pidió a una de las doncellas que le cambiara el plato.
sábado, 3 de noviembre de 2012
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