El arte es razón de ser. En su nombre, abjuro, peco, practico crímenes y perjurios. Absuelvo mis errores y alivio el corazón de la vergüenza que siento de no saber amar en la justa medida.
Este arte, incómodo y libertario, me ayuda a aceptar mi condición humana y los efectos del mundo en la creación. Para recoger así en el baúl de mi casa la perdición y el secreto, y hacer, al mismo tiempo, la apología de lo banal, de la metamorfosis de la carne, del día a día proveniente del drama griego.
El arte no se inclina ante el peso de los conflictos. Al contrario, me libra de un juicio de valor intolerante, mientras me enseña a crear desoyendo la aprobación ajena. Me educo así para usar a mi gusto toda materia que ensanche el sentido de la vida. E indiferente a las exigencias estéticas. abuso de la metáfora escondida en las entrelíneas de la historia. Están a mi servicio y brillan en mi casa.
Los designios del arte, no obstante, son impositivos. desconfían de las concesiones hechas los domingos, antes del almuerzo, a cambio de la gloria efímera. Y todo para bañarnos en la franja de luz que atraviesa la ventana. Sin embargo, el arte resiste. Entona loas a mis restos mortales.
NÉLIDA PIÑÓN, Libro de las horas, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 161-162.
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Francis Picabia
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